sábado, 14 de enero de 2012

La Santa Misa




A la hora de tu muerte, tu mayor consuelo serán
las Misas que durante tu vida oíste.

Cada Misa que oíste te acompañará al Tribunal
Divino y abogará para que alcances perdón.

Con cada Misa puedes disminuir el castigo temporal
que debes por tus pecados, en proporción con el fervor que la oígas.

Con la asitencia devota a la Santa Misa rindes el
mayor homenaje a la Humanidad Santísima de Nuestro Señor.

La Santa Misa bien oída suple tus mayores
negligencias y omisiones.

Por la Santa Misa bien oída se te perdonan todos
tus pecados veniales que estás resuelto a evitar, y muchos otros de que ni
siquiera te acuerdas. Por ella pierde también el demonio el dominio sobre ti.

Ofreces el mayor consuelo a las ánimas benditas
del Purgatorio.

Una misa bien oída mientras vives te aprovechará
mucho más que muchas que ofrezcan por ti después de tu muerte.

Te libras de muchos peligros y desgracias, en los
cuales quizás caerías si no fuera por la Santa Misa. Acuérdate también de que
con ella acortas tu purgatorio.

Con cada Misa aumentas tus grados de gloria en el
Cielo. En ella recibes la bendición del Sacerdote, que Dios ratifica en el
cielo.

Durante la Misa te arrodillas en medio de una
multitud de ángeles que asisten invisiblemente al Santo Sacrificio con suma
reverencia.

Consigues bendiciones en tus negocios y asuntos
temporales.

Cuando oímos Misa en honor de algún Santo
Particular, dando a Dios gracias por los favores pedidos a ese Santo no podemos
menos de ganarnos su protección y especial amor, por el primer gozo y felicidad
que de nuestra buena obra se le sigue.

Todos los días que oímos Misa estaría bien que,
además de las otras intenciones, tuvieramos la de honrrar al santo del día.

Juan J. Clennon
Arzobispo de St. Louis.
St. Louis, Sep. 26, 1909.

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