viernes, 6 de enero de 2012
EPIFANÍA DEL SEÑOR
"Alégrense, querídisimos hermanos en el Señor; de nuevo les digo: alégrense, ya que en breve espacio de tiempo, después de la solemnidad del Nacimiento de Cristo, ha brillado la fiesta de su manifestación, y el mismo Jesús a quien en aquel día a luz la Virgen, hoy lo ha conocido el mundo. El Verbo hecho carne dispuso de este modo el origen de su aparición entre nosotros: que, nacido Jesús, se manifestara a los creyentes y se ocultara a sus perseguidores. Por eso ya desde entonces los cielos publicaron la gloria de Dios, y la voz de la verdad se extendió por toda la tierra, cuando, por una parte, el Éjercito de los Ángeles se mostraba para anunciar el Nacimiento del Salvador, y, por otra, la estrella conducía a los Magos para que le adoraran. Así se verificó que desde Oriente hasta Occidente resplandeciera el nacimiento del verdadero Rey, ya que, por medio de los Magos, los reinos de Oriente conocieron la verdad de los sucedido y no quedó oculto al imperio de los romanos. La crueldad de Herodes, pretendiendo dar muerte en su cuna al Rey que le infundía sospecha, contribuía, sin pensarlo ni quererlo, a esta difusión de la Fe. Mientras Herodes se dedicaba a cometer un crimen, detestable y procuraba, por la matanza de los Inocentes, deshacerse de aquel Niño para él desconocido, la fama de esta matanza publicada por todas partes del Nacimiento del Rey de los Cielos. La nueva se difundió tanto más pronto y con tanto mayor prestigio cuanto más increíble fue la señal prodigiosa del Cielo y más cruel la impiedad del perseguidor. Entonces también el Salvador fue llevado a Egipto, para que aquellos pueblos, entregados a los antiguos errores, se dispusieran, mediante una gracia oculta, a recibir su próxima salvación, y para que, aun antes de rechazar las viejas superticiones, ofreciera ya aquel país morada a la Verdad. Justamente, amadísimos hermanos, es honrado en el mundo entero con una dignidad especial este día consagrado por la manifestación del Señor. Por eso debe brillar en nuestros corazones con un resplandor especial para que veneremos el orden de estos acontecimientos no sólo creyendo, sino también entendiéndolos. Cuántas gracias debemos dar al Señor por la iluminación otorgada a los paganos, lo muestra la misma ceguera de los judíos. ¿Qué hay tan ciegos y tan extraños a la luz como estos sacerdotes y escribas de Israel? a las cuestiones de los Magos, a la pregunta de Herodes sobre el testimonio de la Escritura acerca del lugar donde había de nacer Cristo, respondieron con el oráculo prófético lo mismo que indicaba la estrella en el Cielo. Ésta, ciertamente, habría podido conducir a los Magos con sus indicaciones, como lo hizo enseguida, hasta la cuna del Niño, dejando a un lado Jerusalén; pero no sin motivo, para confundir la dureza de los judíos, fue conocido el nacimiento del Salvador no sólo por el camino que mostraba la estrella, sino también por la declaración de los mismos judíos. Así pues, la palabra profética pasaba ya a los paganos para instruirlos y los corazones de los extraños se disponían a conocer a Cristo anunciado por los antiguos oráculos. Los judíos infieles, por el contrario manifestaban con sus labios la verdad, pero guardaban la mentira en su corazón. Rehusaron conocer, en efecto, con sus ojos lo que habían indicado por medio de los Libros santos; de modo que no adoraron al que se humillaba en la debilidad de la Infancia y crucificaron más tarde al que resplandecería por el poder de sus obras."
Fuente: Homilía 2, 1-2 de San León Magno, Doctor de la Iglesia.Periódico Católico Sagrada Familia
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