Iba yo caminando por la aldea, cuando tu carroza, de oro apareció a lo lejos, magnifica y resplandeciente.
Y al pasar junto a mí, se detuvo entonces tú me miraste a los ojos y bajaste sonriendo. Sentí que me invadía la felicidad de la vida, y pensé que las penurias de mis días malos habían terminado.
Mas luego, me tendiste tu diestra y dijiste: “¿Puedes darme alguna cosa?”. “¡Ah, que ocurrencia la de su realeza pedirle a un mendigo¡”, pensé.
Yo estaba confuso y no sabía qué hacer; entonces saqué lentamente de mi saco, encontré un granito de trigo y te lo di. Pero qué tristeza la mía cuando al caer la tarde y vaciar mi saco en la arena, encontré un granito de oro entre la miseria del montón.
Amargamente lloré por no haber tenido corazón para darte todo.
Rabindranath Tagore
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