jueves, 15 de marzo de 2012

LA LEY


La ley es una cosa buena si se usa legítimamente. La ley no se ha establecido para el hombre bueno sino para los injustos y desobedientes.

1 Timoteo 1, 8-9

http://espiritusantoxxi.blogspot.com/2011/05/que-relacion-tienen-las.html

miércoles, 14 de marzo de 2012

SOLO DIOS BASTA




Un razonamiento que lleva a la paz y que el Espíritu Santo da hecho a los que quieren la Voluntad de Dios: "Dominus regit me, et nihil mihi deerit"  -el Señor me gobierna, nada me faltará.

¿Qué puede inquietar a un alma que repita de verdad esas palabras?

Josemaría Escriva de Balaguer

viernes, 9 de marzo de 2012

CRISTO FUERZA Y SABIDURÍA DE DIOS



“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (segunda lectura). En esta frase veo resumido el mensaje central de los textos litúrgicos de este domingo tercero de cuaresma. Fuerza y sabiduría de Dios que superan y perfeccionan la fuerza y sabiduría del Decálogo (primera lectura). Fuerza y sabiduría de Dios que instauran un nuevo templo y un nuevo culto, situado no ya en un lugar, cuanto en una persona (Él hablaba del templo de su cuerpo): la persona de Cristo crucificado, muerto y resucitado en quien la relación entre Dios y el hombre alcanza su plenitud y su paradigma.


Mensaje doctrinal

1. Jesucristo, sabiduría de Dios. La revelación de Dios es un largo y progresivo camino de sabiduría divina. Esa sabiduría se revela adaptándose a los eternos designios de Dios, pero también al desarrollo espiritual y humano de los hombres. Esto no es imperfección de Dios, sino condescendencia, aceptación de la historicidad del ser humano con todos los condicionamientos que ella comporta. Después de largos siglos en que la sabiduría divina se fue manifestando en enseñanzas, instituciones, profetas y sabios, la sabiduría de Dios se encarna en Jesús de Nazaret, pero con caracteres bastante diversos a lo esperado. Jesús dirá que no ha venido a abolir la ley sino a perfeccionarla, por eso no basta el decálogo con su amor a Dios y al hombre, es necesario añadir que se trata de amar a Dios en su misterio trinitario revelado por Jesucristo, y de amar al prójimo, incluso si es nuestro enemigo. Jesús, como nuevo templo, interioriza el culto cristiano, fundado no en sacrificios ni ritos externos, sino en la acción del Espíritu de súplica, alabanza y adoración. Tanto en uno como en otro caso, se trata de una sabiduría que mana del Espíritu de Dios, no obra del hombre ni de sus capacidades superiores.

2. La cruz, sabiduría de Cristo y del Cristiano. La sabiduría de Jesucristo brilla con una fuerza particular en la locura de la cruz. La cruz era el objeto más horrible a los ojos de un buen romano, y para un piadoso judío era signo de maldición divina. Para los contemporáneos de Jesús el escándalo debió de ser mayúsculo. ¡A quién se le ocurre hacer de la cruz el signo más elocuente de la sabiduría de Dios y del cristianismo! Ciertamente no a los hombres, pero se le ocurrió a Dios. Ante la figura de Cristo crucificado, la sabiduría humana o cae de rodillas en actitud de reconocimiento de una ciencia misteriosa y superior, o se rebela y sucumbe bajo el peso insoportable de algo que sobrepasa el humano razonamiento. Desde hace veinte siglos Jesús sigue proclamando desde el Gólgota que el madero de la cruz es el verdadero árbol de la ciencia del bien y del mal, de la ciencia de la vida. Los cristianos hemos de ser muy conscientes de que en la cruz está nuestra verdadera sabiduría, y que hemos de anunciar a todos el Evangelio de la cruz, el evangelio del sufrimiento.

3. La potencia de Cristo crucificado. Ningún crucificado antes de Cristo pudo hacer de la cruz su trono y su cetro. Solamente Cristo ha podido llevar a cabo esa transformación tan imposible: ha cambiado el signo de ignominia en signo de poder. Para los que creemos, en efecto, la cruz es potencia de Dios. El decálogo era signo del pacto entre el Dios soberano e Israel su vasallo; el templo, con su imponente grandiosidad de edificio, de rito y de sacrificio, era signo del poder y trascendencia de Dios. Con Jesús la omnipotencia de Dios se hace patente en la debilidad de la carne, en la maldición de un madero, en la humana ignominia de un crucificado. Los hombres, generación tras generación, somos reacios a entender un poco al menos este gran misterio. Quienes se dejan seducir por él y en él entran por la fe y la humildad, logran para sí la auténtica sabiduría y son capaces de despertar el interés por ella en los demás.


Sugerencias pastorales

1. Sólo se puede volar con dos alas. El hombre contemporáneo tiene un confianza sin límites en la inteligencia científica, por el hecho mismo de que ve las grandes conquistas a las que ha llegado: en el mundo astronómico, en la técnica biogenética, en la electrónica, y en cualquier forma del saber empírico. La inteligencia humana abarca otros aspectos, que necesitan un desarrollo, como la inteligencia filosófica, o la moral o la religiosa. Desgraciadamente la inteligencia en estos campos en vez de aumentar, ha ido disminuyendo en los últimos lustros. ¡Es un grande déficit en la vida y en la formación del hombre actual! Precisamente porque la inteligencia filosófica, moral o religiosa preparan o facilitan el camino hacia la fe, mientras que la científica no pocas veces lo obstaculiza o peor todavía lo liquida. Es verdad que la sola inteligencia no hace creyentes, se requiere de la fe. Pero sin el soporte de una verdadera inteligencia, la fe se convierte en fideísmo, al igual que la inteligencia sin el complemento de la fe se convierte en puro intelectualismo o en positivismo científico. ¿Cuál es tu mentalidad, la de tus familiares y vecinos? ¿Aceptas la fe como verdadera ciencia de Dios al servicio del bien del hombre? ¿Qué podemos hacer los fieles cristianos para volar, en las tareas de cada día, con las dos alas de la fe y de la razón? ¿No hay muchos cristianos que pretenden volar sólo con un ala? ¡Empresa imposible!

2. El decálogo de la oración. Jesucristo en el evangelio supera el culto ritual del templo, y lo sitúa en el interior del hombre. En 1973 el Papa Pablo VI propuso a los fieles que le escuchaban el decálogo de la oración, una manera práctica de vivir el culto interior y de expresarlo de modo adecuado a nuestro tiempo.

1) Aplicar de modo fiel, inteligente y diligente la reforma litúrgica.

2) Hacer una catequesis filosófica, bíblica, teológica, pastoral, sobre el culto divino.

3) No apagar el sentimiento religioso al revestirlo de nuevas y más auténticas expresiones espirituales.

4) La familia debe ser la gran escuela de piedad, de espiritualidad, de fidelidad religiosa.

5) Considerar el precepto festivo no sólo un deber primario, sino sobre todo un derecho, una necesidad, un honor, una fortuna.

6) Si está permitida una cierta autonomía en la práctica religiosa en grupos distintos, no debe faltar la comprensión del genio eclesial, es decir de ser pueblo, una sola alma socialmente unida, de ser Iglesia.

7) El desenvolvimiento de las celebraciones litúrgicas es siempre un acto de gran seriedad, que se debe preparar y realizar con gran esmero.

8) Los fieles colaboran al fiel cumplimiento del culto sagrado con su silencio, compostura, y sobre todo con su participación.

9) La plegaria tenga sus dos momentos propios de plenitud: el personal y el colectivo.

10) El canto, a través del cual se expresa la riqueza espiritual de los fieles cristianos.

Este decálogo sigue siendo actualísimo después de casi treinta años. El cumplimiento de este decálogo será renovador y enriquecerá la vida espiritual de cada cristiano, de los grupos, de las parroquias.


B - Domingo 3o. de Cuaresma
Primera lectura: Éx 20, 1-17; Salmo 19;
Segunda: 1Cor 1, 22-25; Evangelio: Jn 2, 13-25
Autor: P. Octavio Ortíz 
Fuente: Catholic.net

miércoles, 7 de marzo de 2012

Pecado de Adivinación, de Hechicería, de Magía, de Invocación de Espíritus


1. Nuestra sociedad posmoderna ofrece un supermercado de supersticiones.

La superstición consiste en tener sustitutos de Dios y la practican quienes recurren a adivinos, lectura de cartas, del café, del Tarot; los que juegan la Ouija, consultan horóscopos; los que practican la magia sea negra o blanca, pues ambas son los mismo. Así mismo los que practican el espiritismo -que es utilizar a personas, llamadas médiums o materias, para la invocación de espíritus impuros, pero que se camuflan con otros nombres- y el espiritualismo -que invoca también a espíritus inmundos que se ocultan tras imágenes de santos.
Otros recurren directamente a brujos, que tienen poderes por medio del trato con Satanás, para que hagan maleficios o daños a otras personas (suelen llamarles trabajos), o para curarse de alguna enfermedad.

En los años recientes ha tenido incrementos el culto llamado Adoración de la Santa Muerte.
Consiste en adorar a un espíritu inmundo que se esconde tras el ídolo de una muerte con guadaña. Se cuelgas medallas y escapularios de la muerte y hacen ritos en su honor. Tienen personas que se hacen pasar por sacerdotes sin serlo, y confunden a la gente ignorante. Este demonio puede hacer milagros pero los cobra con la condenación eterna. Este culto es idolétrico pues solo a Dios, Uno y Trino, adoramos los cristianos. La 1a. carta a los Corintios 15,26 nos enseña: él último enemigo en ser destruido será la muerte,
por lo tanto Cristo ha venido a liberarnos de la muerte no ha entregarnos en sus manos. Los que acuden a esos templos corren el peligro de contaminarse con espíritus malignos, pues algunos de sus jefes tienen trato directo con Satanás.

Todas las supersticiones son una falta grave contra el 1o. mandamiento de la ley de Dios: amarás a Dios sobre todas las cosas. Evitemos, pues toda falsa superstición.

2.- Actitud de los discípulos de Cristo.

Ante todas las ofertas de supersticiones que hay en los medios de comunicación, y que nos presentan el mal como bien, los discípulos de Cristo discernimos apoyándonos en la Sagrada Escritura que nos enseña, con claridad meridiana, que estas prácticas superticiosas son abominables a los ojos de Dios, que lo ofenden gravemente y, al mismo tiempo, causan daño a quienes las practican. Escuchemos:

Cuando hayas entrado en la tierra de Yavé tu Dios te da...
que nadie practique encantamientos
o consulte a los astros; que no haya brujos ni hechiceros;
que no se halle nadie que se dedique a supersticiones
o consulte los espíritus;
que no se halle ningún adivino o quien pregunte a los muertos.
Porque Yavé aborrece
a los que se dedican a todo esto, y los expulsa delante de ti
a causa de estas abominaciones.
Tú, en cambio, te portarás bien en todo con Yavé, tu Dios.
Esos pueblos que va a desalojar escuchan
a hechiceros y adivinos,
pero a ti, Yavé, tu Dios, te dio algo diferente.

Deuteronomio 18, 9-14

Es contundente este texto del Antiguo Testamento. Nos deja claro que los discípulos de Jesucristo tenemos nuestra confianza puesta única y totalmente en la providencia amorosa de nuestro Padre Dios, en nuestro Maestro Jesucristo y en la fuerza del Espíritu Santo.
La fe en el único Dios verdadero que ha enviado a su hijo único, Nuestro Señor Jesucristo, libera a los discípulos de estas obras de Satanás como nos lo narra el libro de los Hechos.

Muchos de los que habían aceptado la fe venían a confesar
y exponer todo lo que habían hecho.
No pocos de los que habían practicado la magia
hicieron un montón con sus libros
y los quemaron delante de todos.
Calculando el precio de loslibros,
se estimó unas cincuenta monedas de plata.

Hechos 18, 18-19

Compartimos
-Digo cuáles de estas supersticones son más comunes en mi entorno:
escuela, trabajo, amigos.
-¿Qué aprendí de los textos de la Biblia que acabamos de leer?

Pbro. Juan Manuel Pérez Romero




martes, 6 de marzo de 2012

UNIDAD EN EL MATRIMONIO


Señor,
y sucedió una vez
que sobre la tierra desnuda y virgen
brotó de improviso
una flor hecha de nieve y fuego.
Fue llama que extendió un puente de oro
entre las dos riberas,
guirnalda que engarzo para siempre
nuestras vidas y nuestros destinos.
Señor, Señor, fue el amor con sus prodigios,
ríos, esmeraldas e ilusiones.
¡Gloria a Ti, horno incandescente de amor¡

Pasó el tiempo,
y el confuso esplendor de los años
la guirnalda perdió frescor,
y la escarcha
envolvió a la llama por sus cuatro costados;
la rutina, sombra maldita, fue invadiendo,
sin darnos cuenta, y penetrando
todos los tejidos de la vida.
Y el amor comenzó a invernar.

Señor, Señor, fuente de amor;
dobladas las rodillas
desgranamos ante Ti nuestra ardiente súplica:
Sé Tú en nuestra casa
lámpara y fuego,
pan, piedra y rocío,
viga maestra y columna vertebral.
Restaña las héridas cada noche
y renazca el amor cada mañana
como fresca primavera.
Sin Ti nuestros sueños rodarán por la pendiente
Sé Tu para nosotros escarlata de felicidad,
espuma de alegría, y garantía de estabilidad.
Mantén, Señor, alta como las estrellas,
en nuestro hogar la llama roja del amor,
y la unidad, como río caudaloso, recorra e irrigue
nuestras arterias por los días de los días.
Sé Tú, Señor Dios, el lazo de oro que mantenga
nuestras vidas
incorruptiblemente entrelazadas hasta la
frontera final,
y más allá. Así sea.

Ignacio Larrañaga

lunes, 5 de marzo de 2012

SUMERGIRSE EN OTROS MUNDOS

LEER

La lectura no es una virtud. Y, sin embargo, forma parte de una vida buena. Cuando leo, me sumerjo en otro mundo. La lectura es para muchas personas un lugar apartado donde nadie las molesta, donde experimentan un mundo que les hace bien. No es el mundo de la utilidad y la finalidad, sino un mundo que da alas al alma y donde está encuentra alimento. Cuando leo, encuentro a otras personas, al autor con sus pensamientos y sentimientos, pero también a otros muchos seres humanos acerca de los cuales él escribe. Y cuando leo,  me encuentro conmigo mismo y comprendo mejor mi propia vida. La veo en un contexto más amplio. La palabra alemana lesen ("leer") procede de una raíz que significa "recopilar, reunir, abarcar lo que está disperso". No "leemos" sólo libros, sino también espigas en la cosecha, o racimos de uvas en la vendimia. Cuando leo, reúno los diferentes aspectos de la vida humana.  Es como una cosecha. Cosecho los pensamientos de otros seres humanos y de tiempos pasados para alimentarme de ellos. Quien lee mucho llega a ser una persona instruida. Sabe de la vida. Es culto porque se ha confrontado con las experiencias de otros.




El mero hecho de leer ya es un acto saludable.  En él nos sumergimos en otro mundo, que nos libera, que nos rodea, el cual muchas veces nos acosa y nos amenaza. La lectura revitaliza el vigor, la estrechez y la falta de misericordia que de ordinario nos rodean.  Cuando leo, entro también en contacto conmigo mismo, y esto constitutuye ya un gran valor, aun cuando no pueda retener gran cosa de lo que he leído. Mientras estoy leyendo, soy otro. En ese instante estoy más cerca de mí que de ordinario. Y cuanto más me aproximo a mí mismo, tanto más plena se hace mi vida.



Los libros son amigos

Una máxima de la sabiduría judia dice: "Convierte a tus libros en amigo". Cuando me encuentro mal, tomo un libro que anteriormente me ha servido de consuelo.  De este modo se convierte en un amigo que abre ante mí un gran horizonte, desde donde puedo ver de otra manera mis preocupaciones. Un proverbio oriental lo expresa de modo parecido: "Una habitación sin libros es como una casa sin ventanas".  En una casa sin ventanas hay un ambiente desagradable. Los libros arrojan luz sobre nuestra vida. Y abren ante nosotros una perspectiva más amplia. Aquien dirige la mirada hacia el horizonte a través de la ventana, su casa no le parece estrecha.  Por el contrario, es para él, en medio de la inmensidad del mundo, una mansión en la que puede alojarse, pero no tiene que esconderse: en una casa con muchas ventanas se vive en la tensión entre la estrechez y la espaciosidad, entre la distancia y la cercanía, entre la seguridad y la nostalgía.  Cuando leemos emprendemos un viaje sin la necesidad de dar un solo paso fuera de casa. Y tenemos nuevas experiencias al encontrarnos con muchas personas y conocer su concepción de la vida.



Autor: Anselm Grüm

domingo, 4 de marzo de 2012

JESÚS VIVE ENTRE NOSOTROS


Hermanos, Jesús vive y nos espera¡

Jesús, siempre nos esta esperando
Jesús, siempre nos escucha
Jesús, siempre nos da respuesta inmediata
Jesús, siempre esta nos ayuda
Jesús, siempre será el amigo fiel
Jesús nos ama¡

sábado, 3 de marzo de 2012

MARÍA, MADRE DEL REDENTOR





¿Cuál es la enseñanza principal de la Carta Encíclica "María, Madre del Redentor"?

La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia.  María -esta *mujer* de la Biblia (cf. Gén. 3,15; Jn 2,4; 19, 26)- pertenece íntimamente al misterio salvífico de Cristo y por eso está presente también de un modo especial en el misterio de la Iglesia. Puesto que *la Iglesia es en Cristo como un sacramento (...) de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano*... (L. G., n. 1). (n.2)

     En síntesis, se comprueba en esta Carta Encíclica, con verdades bíblicas, lo que todas las sectas inventadas por hombres, niegan: Dios ha unido para siempre a la Santísima Virgen María con su Hijo Unigenito Jesucristo.

    La unió para siempre con la única Iglesia de Jesucristo y en su providencia amorosa la unió también con cada persona humana. Para esta triple unión divina vale el principio sagrado: "Lo que Dios ha unido, no lo  separe el hombre" (Mt. 19, 6) Por consiguiente, quienes tratan de "separar", por este mismo hecho demuestran que son falsos profetas.

Encíclica "Redentoris Mater"

Guillermo Ma. Havers

viernes, 2 de marzo de 2012

NUESTRO AMOR A LOS DEMÁS SERÁ LA MEJOR OFRENDA A DIOS




Toda la Cuaresma, con su constante invitación a la conversión, es un hermoso recordatorio de cómo Dios nuestro Señor nos quiere, a todos y cada uno de nosotros, plenamente santos, absolutamente santos. “Purifíquense de todas sus iniquidades, renueven su corazón y su espíritu, dice el Señor”.

La ley de santidad, que nos exige y que nos obliga a todos, se convierte en un imperativo al que nosotros no podemos renunciar. Pero seríamos bastante ingenuos si esta ley de santidad pretendiéramos vivirla alejados de lo que somos, de nuestra realidad concreta, de los elementos que nos constituyen, de las fibras más interiores de nuestro ser. Seríamos ingenuos si no nos atreviéramos a discernir en nuestra alma aquellas situaciones que pueden estar verdaderamente impidiendo una auténtica conversión. La conversión no es solamente ponerse ceniza, la conversión no es guardar abstinencia de carne, no es sólo hacer penitencias o dar limosnas. La conversión es una transformación absoluta del propio ser.

“Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud de la justicia, él mismo salva su vida si recapacita y se aparta de los delitos cometidos; ciertamente vivirá y no morirá”.
Esta frase del profeta Ezequiel nos habla de la necesidad de llegar hasta los últimos rincones de nuestra personalidad en el camino de conversión. Nos habla de la importancia de que no quede nada de nosotros apartado de la exigencia de conversión. Y si nosotros quisiéramos preguntarnos cuál es el primer elemento que tenemos que atrevernos a purificar en nuestra vida, el elemento fundamental sin el cual nuestra existencia puede ver truncada su búsqueda de santidad, creo que tendríamos que entrar y atrevernos a examinar nuestros sentimientos.

¡Cuántas veces son nuestros sentimientos los que nos traicionan! ¡Cuántas veces es nuestra afectividad la que nos impide lograr una real conversión! ¡Cuántos de nosotros, en el camino de santidad, nos hemos visto obstaculizados por algo que sentimos escapársenos de nuestras manos, que sentimos írsenos de nuestra libertad, que son nuestros sentimientos! Los sentimientos, que son una riqueza que Dios pone en nuestra alma, se acaban convirtiendo en una cadena que nos atrapa, que nos impide razonar y reaccionar; nos impiden tomar decisiones y afirmarnos en el propósito de conversión. La penitencia de los sentimientos es el camino que nos tiene que acabar llevando en todas las Cuaresmas, más aún, en la Cuaresma continua que tiene que ser nuestra existencia, hacia el encuentro auténtico con Dios nuestro Señor.

Jesucristo, en el Evangelio nos habla de la importancia que tiene el ser capaces de dominar nuestros sentimientos para poder lograr una auténtica conversión. La Antigua Ley hablaba de que el que mataba cometía pecado y era llevado ante el tribunal, pero Cristo no se conforma simplemente con esto; Cristo va más allá en lo que tiene que ir haciendo plena a la persona. Jesucristo nos invita, como parte de este camino de conversión, a la purificación de nuestros sentimientos, a la penitencia interior cuando nos dice: “Todo el que se enoje con su hermano, será llevado hasta el tribunal”.

En cuántas ocasiones nosotros buscamos quién sabe qué mortificaciones raras y andamos pensando qué le podríamos ofrecer al Señor, y no nos damos cuenta de que llevamos una penitencia incorporada en nosotros mismos a través de nuestros sentimientos. No nos damos cuenta de que nuestros sentimientos se convierten en un campo en el que nuestra vida espiritual muchas veces naufraga.

¡Cuántas veces nuestros anhelos de perfección se han visto carcomidos por los sentimientos! ¡Cuántas veces el interés por los demás, porque los demás crezcan, por ayudar a los demás, se ha visto arruinado por los sentimientos! ¡Cuántas veces un deseo de una mayor entrega, un interés por decirle a Cristo «sí» con más profundidad, se ha visto totalmente apartado del camino por culpa de los sentimientos! No porque ellos sean malos, porque son un don de Dios, y como don de Dios, tenemos que hacerlos crecer y enriquecernos con ellos. Pero, tristemente, cuántas veces esos sentimientos nos traicionan. Nuestra conversión, para que sea verdadera, para que sea plena, tiene que aprender a pasar por el dominio de nuestros sentimientos. Y para lograrlo, la gracia tiene que llegar tan hondo a nuestro interior, que incluso nuestros sentimientos se vean transfigurados por ella.

¿Cuál es el camino para esto? El camino es el examen: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene una queja contra ti [...]”. Entrar constantemente dentro de nosotros mismos y vigilar nuestra alma es el camino necesario, ineludible para poder llegar a vivir esta penitencia de los sentimientos. Es el camino del cual no podemos prescindir para tener bien dominada toda esa corriente que son los sentimientos, de manera que no perdamos nada de la riqueza que ella nos pueda aportar, pero tampoco nos dejemos arrastrar por la corriente, que a veces puede llevarnos lejos de Dios nuestro Señor.

Para entrar en nosotros es necesario que la memoria y el recuerdo se transformen como en un espejo en el cual nuestra alma está siendo examinada, percibida constantemente por nuestra conciencia, para ver hasta qué punto el sentimiento está enriqueciéndome o hasta qué punto está traicionándome. Hasta qué punto el sentimiento está dándome plenitud o hasta qué punto el sentimiento me está atando a mí mismo, a mi egoísmo, a mis pasiones, a mis conveniencias.

Vigilar, estar atentos, recordar, pero al mismo tiempo, es fundamental que el camino de conversión no simplemente pase por una vigilancia, que nos podría resultar obscura y represiva, sino es necesario, también, que el camino de conversión pase por un enriquecimiento. Si alguien tendría que tener unos sentimientos ricos, muy fecundos, ése tendría que ser un cristiano, tendría que ser un santo, porque solamente el santo el auténtico cristiano potencia toda su personalidad impulsado por la gracia, para que no haya nada de él que quede sin redimir, sin ser tocado por la Cruz de Cristo.

Cristo, cuando está hablando a los fariseos les dice: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarán ustedes en el Reino de los Cielos”. No podemos quedarnos con una justicia del «no harás», tenemos que buscar una justicia del «hacer», del llevar a plenitud, del enriquecimiento, que es parte de nuestra conversión. Y en este sentido, tenemos que estar constantemente preguntándonos si ya hemos enriquecido todos nuestros sentimientos: el cariño, el afecto, la ternura, la compasión, la sensibilidad; todos los sentimientos que nosotros podemos tener de justicia, de interés, de preocupación; todos los sentimientos que podemos tener de acercamiento a los demás, de percepción de las situaciones de los otros. ¿Hasta qué punto nos estamos enriqueciendo buscando cada día darle más cercanía a la gracia de Cristo?

"..Perdonanos Señor y viviremos de los sentimientos. Que el Señor nos perdone, es decir, que nos purifique. Llegar a limpiar los sentimientos de todo egoísmo, de toda preocupación por nosotros mismos, de toda búsqueda interesada de nosotros. Pero no basta, hay que vivir de ese perdón; de esa purificación tiene que nacer la vida y tiene que nacer un enriquecimiento nuestro y de los demás.

El camino de conversión es difícil, exige una gran apertura del corazón, exige estar dispuestos, en todo momento, a cuestionarnos y a enriquecernos. Hagamos de la Cuaresma un camino de enriquecimiento, un camino de encuentro más profundo con Cristo, un camino en el que al final, la Cruz de Cristo haya tocado todos los resortes de nuestra personalidad."


Autor: P. Cipriano Sánchez LC 
Fuente: Catholic.net

jueves, 1 de marzo de 2012

VIVIR CON ESPÍRITU AUTÉNTICO




En enero de 1980 Juan Pablo II, hablando a un grupo de la Renovación Carismática dijo:

"Yo desde pequeño aprendí a rezarle al Espíritu Santo. Cuando tenía 11 años, me entristecía porque se me dificultaban las Matemáticas.  Mi padre, me mostró en un librito el Himno "VEN CREADOR ESPÍRITU", y me dijo: rézalo y verás que rezando este himno todos los días y he sabido lo mucho que ayuda el Divino Espíritu"

Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles
y llena de la divina gracia los corazones,
que Tú mismo creaste.
Tú eres nuestro Consolador,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego, caridad
y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, el dedo de la mano de Dios;
Tú, el prometido del Padre;
Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece nuestra débil carne.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé Tú mismo nuestro guía,
y puestos bajo tu dirección, evitaremos todo lo nocivo.

Por Ti conozcamos al Padre,
y también al Hijo;
y que en Ti, Espíritu de ambos,
creamos en todo tiempo.

Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos infinitos.

Amén.

Oremos

Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo; haznos dóciles a tu Espíritu para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo.Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.