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lunes, 28 de mayo de 2012
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sábado, 26 de mayo de 2012
viernes, 25 de mayo de 2012
jueves, 24 de mayo de 2012
LOS FENÓMENOS SOBRENATURALES
Los fenómenos sobrenaturales
"En la vida de san Juan María Vianney, cura de Ars, escrita por Francis Trochu leemos lo siguiente: «Un joven de Lyon se había apenas confesado cuando el santo le dice:
- Amigo, no has dicho todo.
- Ayudadme vos, Padre: no puedo recordar todas mis faltas.
- ¿Y aquellas candelas que robaste de la iglesia de San Vicente?. Era verdad, pero lo había olvidado».
- Amigo, no has dicho todo.
- Ayudadme vos, Padre: no puedo recordar todas mis faltas.
- ¿Y aquellas candelas que robaste de la iglesia de San Vicente?. Era verdad, pero lo había olvidado».
En otra ocasión, una mañana durante la misa, una señora se presentó a recibir la comunión. El santo pasó dos veces cerca de ella sin dársela. A la tercera vez le dice la señora en voz baja:
- «Padre mío, no me has dado la comunión».
- «No hija mía; esta mañana has comido algo».
Entonces la señora se acordó de haber comido un poco de pan.
- «Padre mío, no me has dado la comunión».
- «No hija mía; esta mañana has comido algo».
Entonces la señora se acordó de haber comido un poco de pan.
A fines del s. XIX, el doctor Imbert, profesor de medicina en Clermont-Ferrand, describió ampliamente un testimonio acerca de Luisa de Lasteau, hoy beata, y su facilidad sobrenatural para reconocer los objetos sagrados (ierognosis): «Se le presentaba una reliquia, aunque fuese de un siervo de Dios no beatificado, y sonreía satisfacida, pronta a besarla. Lo mismo hacía con los objetos benditos aunque tuvieran forma profana, mientras se mostraba insensible por los objetos no bendecidos aunque fuesen imágenes sacras. Un sacerdote vestido de civil, le presentó un crucifijo sin bendecir y no le causó impresión. Después, con su mano consagrada, trazó sobre la cruz la bendición y se lo volvió a mostrar; entonces Luisa mostró su característica sonrisa al sacerdote. Los presentes exclamaron: ¡qué sublime es la bendición del sacerdote!»
Es común hallar en librerías una abundante literatura que intenta explicar, acertada o erróneamente, fenómenos sobrenaturales extraordinarios que por su relación con la fe, su impacto real, atractivo o de simple curiosidad, llaman enormemente la atención. Y no es para menos: profecía, poder de sanación, discernimiento de espíritus, don de lenguas, visiones, revelaciones, habilidad infusa para el ejercicio de las artes, ciencia, estigmas, lágrimas o sudor de sangre, privación del sueño, bilocación, levitaciones, sutilezas, luminosidad… son temas que dejan un deseo de profundización mayor.
Al referirnos a fenómenos sobrenaturales hacemos relación a lo que trasciende lo natural, lo que está más allá de las leyes normales como el no poder volar por nosotros mismos o conocer lenguas sin antes haberlas estudiado. La causa sólo puede ser Dios aunque la propia naturaleza o el Demonio pueden imitar algunos de estos fenómenos para confundir cuando en realidad no son tales.
Los fenómenos sobrenaturales se manifiestan con los así llamados fenómenos místicos. Estos de deben a gracias regaladas por Dios que quiere ofrecer una posibilidad de unión más íntima con él al alma que los recibe o manifestar externamente al mundo el misterio de su acción omnipotente no explicable a la ciencia.
Las causas puramente naturales tienen como fuente elementos de orden fisiológico (temperamento, sexo, edad), la imaginación, los estados depresivos del espíritu (trabajo intelectual absorbente, meditación religiosa mal regulada, excesiva austeridad) y las enfermedades. Estas llevan a confundir con fenómenos "sobrenaturales" lo que en realidad se puede explicar naturalmente.
Es de fe que existen los demonios quienes, por permisión divina, influyen sobre algunos hombres. Sin embargo, la voluntad humana permanece siempre libre. El demonio no puede producir verdaderos fenómenos pues es gracia exclusiva de Dios (resucitar un muerto, curar instantáneamente heridas, traslocaciones, profecías, conocer los pensamientos, crear, violar las leyes de la naturaleza como la gravedad, etc.) pero sí puede falsificar visiones, éxtasis, esplendores y rigidez en el cuerpo, ardores en el corazón, curación de enfermedades producidas por él mismo, hacer aparecer estigmas, esconder objetos y moverlos.
La acción divina, que es de donde provienen los auténticos fenómenos, se desarrolla principalmente en el intelecto, en la voluntad y en el organismo de aquellos que la experimentan. De ahí que los grandes fenómenos se clasifiquen en tres grupos: de orden cognoscitivo, de orden corporal y de orden afectivo.
Fenómenos de orden cognoscitivo
Es común hallar en librerías una abundante literatura que intenta explicar, acertada o erróneamente, fenómenos sobrenaturales extraordinarios que por su relación con la fe, su impacto real, atractivo o de simple curiosidad, llaman enormemente la atención. Y no es para menos: profecía, poder de sanación, discernimiento de espíritus, don de lenguas, visiones, revelaciones, habilidad infusa para el ejercicio de las artes, ciencia, estigmas, lágrimas o sudor de sangre, privación del sueño, bilocación, levitaciones, sutilezas, luminosidad… son temas que dejan un deseo de profundización mayor.
Al referirnos a fenómenos sobrenaturales hacemos relación a lo que trasciende lo natural, lo que está más allá de las leyes normales como el no poder volar por nosotros mismos o conocer lenguas sin antes haberlas estudiado. La causa sólo puede ser Dios aunque la propia naturaleza o el Demonio pueden imitar algunos de estos fenómenos para confundir cuando en realidad no son tales.
Los fenómenos sobrenaturales se manifiestan con los así llamados fenómenos místicos. Estos de deben a gracias regaladas por Dios que quiere ofrecer una posibilidad de unión más íntima con él al alma que los recibe o manifestar externamente al mundo el misterio de su acción omnipotente no explicable a la ciencia.
Las causas puramente naturales tienen como fuente elementos de orden fisiológico (temperamento, sexo, edad), la imaginación, los estados depresivos del espíritu (trabajo intelectual absorbente, meditación religiosa mal regulada, excesiva austeridad) y las enfermedades. Estas llevan a confundir con fenómenos "sobrenaturales" lo que en realidad se puede explicar naturalmente.
Es de fe que existen los demonios quienes, por permisión divina, influyen sobre algunos hombres. Sin embargo, la voluntad humana permanece siempre libre. El demonio no puede producir verdaderos fenómenos pues es gracia exclusiva de Dios (resucitar un muerto, curar instantáneamente heridas, traslocaciones, profecías, conocer los pensamientos, crear, violar las leyes de la naturaleza como la gravedad, etc.) pero sí puede falsificar visiones, éxtasis, esplendores y rigidez en el cuerpo, ardores en el corazón, curación de enfermedades producidas por él mismo, hacer aparecer estigmas, esconder objetos y moverlos.
La acción divina, que es de donde provienen los auténticos fenómenos, se desarrolla principalmente en el intelecto, en la voluntad y en el organismo de aquellos que la experimentan. De ahí que los grandes fenómenos se clasifiquen en tres grupos: de orden cognoscitivo, de orden corporal y de orden afectivo.
Fenómenos de orden cognoscitivo
Las visiones, referidas estrictamente al sentido de la vista, son percepciones de objetos mediante los ojos corporales. Hay tres tipos de visiones:
1) las externas o corporales, llamadas apariciones, donde se percibe una realidad objetiva naturalmente invisible al hombre
2) las imaginarias, que son representaciones sensibles internas circunscritas a la imaginación
3) las intelectuales, en las que se produce la visión por medio de la inteligencia, sin impresión o imagen sensible.
1) las externas o corporales, llamadas apariciones, donde se percibe una realidad objetiva naturalmente invisible al hombre
2) las imaginarias, que son representaciones sensibles internas circunscritas a la imaginación
3) las intelectuales, en las que se produce la visión por medio de la inteligencia, sin impresión o imagen sensible.
Las locuciones son fórmulas que enuncian afirmaciones o deseos. Se dividen en:
1) auriculares (percibidas por medio del oído)
2) imaginarias (se perciben con la imaginación durante el sueño o la vigilia)
3) intelectuales (las que se dejan oír directamente en el intelecto sin el concurso de los sentidos) que es como se comunican los ángeles.
2) imaginarias (se perciben con la imaginación durante el sueño o la vigilia)
3) intelectuales (las que se dejan oír directamente en el intelecto sin el concurso de los sentidos) que es como se comunican los ángeles.
Las revelaciones son las manifestaciones sobrenaturales de una verdad oculta o un secreto divino hecho por Dios para el bien general de la Iglesia o para la utilidad de quien la recibe. Son de dos tipos:
1) privadas: hechas a un individuo y que no entran en el depósito de la fe
2) universal: la dada por la Sagrada Escritura.
1) privadas: hechas a un individuo y que no entran en el depósito de la fe
2) universal: la dada por la Sagrada Escritura.
Las primeras nunca contradicen a las segundas si son auténticas. Sólo a la Iglesia corresponde declarar si un mensaje es o no revelación privada.
Por discernimiento de los espíritus se entiende el conocimiento sobrenatural de los secretos del corazón comunicados por Dios a sus siervos. Fue el caso del cura de Ars. En esta categoría también entra el descifrar y aclarar si otros fenómenos vienen o no de Dios.
La ierognosis es el conocimiento de lo que es sagrado manifestado en el poder o facultad que tuvieron algunos santos para reconocer las cosas santas y distinguirlas de las profanas. Este fue el caso de la beata Luisa Lausteau.
Otros fenómenos de conocimiento son la ciencia infusa universal (como el caso de Gregorio López (1562-1596) que sin estudio alguno, poseía un bastísimo conocimiento de la Sagrada Escritura, la historia de la Iglesia y los principios de la vida espiritual), el conocimiento sobrenatural de teología (los casos de santa Gertrudis y santa Catalina de Siena, luminarias de la mística), habilidad infusa para el ejercicio de las artes (por ejemplo san Francisco de Asís y Jacopone da Tordi, compositor del «Stabat Mater», para la poesía; santa Catalina de Bolonia, para la música; el beato Angélico da Fiesole para la pintura, etc.)
Fenómenos místicos de orden corporal
El primer caso documentado de una persona estigmatizada fue el San Francisco de Asís, quien recibió los estigmas en un éxtasis que tuvo el 17 de septiembre de 1224. Después de él se han multiplicado los casos. Quizá hubieron estigmatizados antes de San Francisco. No lo sabemos.
En 1894 se publicó en París el libro «La estigmatisation». En él, el doctor Imbert-Gourtbeyre, quien estudió con competencia y atención el tema, enumera hasta 321 casos de estigmatizaciones verdaderas en la historia. De esos 321 estigmatizados 62 fueron canonizados (42 hombres y 9 mujeres). Por el tiempo y por la resonancia, nos es muy cercano el caso de San Pío de Pietrelcina, de cuyas llagas emanaba, además, un olor muy agradable.
Estamos ahora de frente a los fenómenos místicos de orden corporal. Éstos se reflejan principalmente sobre el organismo, en cualquiera de sus funciones vitales o en diferentes aspectos de su actividad y manifestaciones exteriores, como recuerda el P. Royo Marín. Estos son los principales:
Fenómenos místicos de orden corporal
El primer caso documentado de una persona estigmatizada fue el San Francisco de Asís, quien recibió los estigmas en un éxtasis que tuvo el 17 de septiembre de 1224. Después de él se han multiplicado los casos. Quizá hubieron estigmatizados antes de San Francisco. No lo sabemos.
En 1894 se publicó en París el libro «La estigmatisation». En él, el doctor Imbert-Gourtbeyre, quien estudió con competencia y atención el tema, enumera hasta 321 casos de estigmatizaciones verdaderas en la historia. De esos 321 estigmatizados 62 fueron canonizados (42 hombres y 9 mujeres). Por el tiempo y por la resonancia, nos es muy cercano el caso de San Pío de Pietrelcina, de cuyas llagas emanaba, además, un olor muy agradable.
Estamos ahora de frente a los fenómenos místicos de orden corporal. Éstos se reflejan principalmente sobre el organismo, en cualquiera de sus funciones vitales o en diferentes aspectos de su actividad y manifestaciones exteriores, como recuerda el P. Royo Marín. Estos son los principales:
Los estigmas consisten en la aparición espontánea de llagas sanguinolentas en manos, pies, costado izquierdo, en la cabeza o en la espalda. Pueden ser visibles o invisibles. Muchos han tratado de dar una explicación racionalista al fenómeno atribuyéndolo al fanatismo. Es verdad que la imaginación puede ejercer una posible influencia psíquica, pero jamás será capaz de producir heridas físicas visibles. Bastaría hacer un ejercicio simple para darse cuenta de la imposibilidad: si se fija la vista en alguna parte del cuerpo y se piensa, con todas las fuerzas, que se quiere una herida visible en el costado; se podrá pasar todo un día y no se logrará. Los hechos hablan por sí solos.
También existen los estigmas diabólicos. ¡Sí, el demonio es capaz de producirlos! Si en el orden natural, en base a la hipnosis y a la sugestión, se han llegado a producir manifestaciones similares en sujetos desequilibrados, neuróticos o histéricos, cómo no iba a poder producirlos el demonio.
También existen los estigmas diabólicos. ¡Sí, el demonio es capaz de producirlos! Si en el orden natural, en base a la hipnosis y a la sugestión, se han llegado a producir manifestaciones similares en sujetos desequilibrados, neuróticos o histéricos, cómo no iba a poder producirlos el demonio.
El sudor de sangre consiste en la expulsión, en cantidad considerable, de líquido sanguinolento a través de los poros de la piel, particularmente los de la cara. Las lágrimas de sangre son una efusión sanguinolenta a través de la mucosa de los ojos.
En el caso del sudor de sangre, el hecho histórico por excelencia es el de Nuestro Señor Jesucristo referido por San Lucas en el capítulo 22, versículo 44, de su Evangelio. Tras Jesucristo, un número pequeño de santos y personas pías han tenido sudor de sangre: santa Ludgarda (1182-1246), la beata Cristina di Stumbeln (1242-1312), Magdalena Morice (1736-1769), María Domenica Lazzari (1815-1848), Caterina Putigny (1803-1885).
Los casos de lágrimas de sangre son más raros aunque hay registrados dos casos muy famosos, el de Rosa María Andriani (1786-1845) y el de Teresa Neumann a mediados del siglo pasado.
En el caso del sudor de sangre, el hecho histórico por excelencia es el de Nuestro Señor Jesucristo referido por San Lucas en el capítulo 22, versículo 44, de su Evangelio. Tras Jesucristo, un número pequeño de santos y personas pías han tenido sudor de sangre: santa Ludgarda (1182-1246), la beata Cristina di Stumbeln (1242-1312), Magdalena Morice (1736-1769), María Domenica Lazzari (1815-1848), Caterina Putigny (1803-1885).
Los casos de lágrimas de sangre son más raros aunque hay registrados dos casos muy famosos, el de Rosa María Andriani (1786-1845) y el de Teresa Neumann a mediados del siglo pasado.
La renovación o cambio de corazón es un fenómeno registrado en la historia de la mística y muy sorprendente. Consiste en la extracción del corazón de carne y en la sustitución con otro que es el de Cristo mismo.
Son famosos los casos de las santas Catalina de Siena, Ludgarda, Gertrudis, María Magdalena de Pazzi, Caterina de Ricci, Juana de Valois o Margarita María de Alacoque.
Así describía el confesor de santa Catalina de Siena el fenómeno de la sustitución de corazón: «Se encontraba un día en la capilla de la iglesia de los hermanos predicadores en Siena… Recuperada del éxtasis se puso de pie para regresar a casa. Una luz del cielo la envolvió y en la luz apareció el Señor que tenía en su mano un corazón humano, verdadero y esplendoroso… El Señor se le acercó, abrió el pecho de ella por la parte izquierda e, introduciéndole Él mismo el corazón que tenía en las manos, le dice: "Querida hijita, como el otro día tomé tu corazón, he aquí que te doy el mío con el cual siempre viviréis”. De lo dicho queda la apertura que le hizo en el costado; en signo del milagro ha quedado en aquel lugar un cicatriz, como me han asegurado a mí las compañeras que han podido verla. Queriendo saber la verdad de lo sucedido, ella misma fue obligada a confesármelo».
Son famosos los casos de las santas Catalina de Siena, Ludgarda, Gertrudis, María Magdalena de Pazzi, Caterina de Ricci, Juana de Valois o Margarita María de Alacoque.
Así describía el confesor de santa Catalina de Siena el fenómeno de la sustitución de corazón: «Se encontraba un día en la capilla de la iglesia de los hermanos predicadores en Siena… Recuperada del éxtasis se puso de pie para regresar a casa. Una luz del cielo la envolvió y en la luz apareció el Señor que tenía en su mano un corazón humano, verdadero y esplendoroso… El Señor se le acercó, abrió el pecho de ella por la parte izquierda e, introduciéndole Él mismo el corazón que tenía en las manos, le dice: "Querida hijita, como el otro día tomé tu corazón, he aquí que te doy el mío con el cual siempre viviréis”. De lo dicho queda la apertura que le hizo en el costado; en signo del milagro ha quedado en aquel lugar un cicatriz, como me han asegurado a mí las compañeras que han podido verla. Queriendo saber la verdad de lo sucedido, ella misma fue obligada a confesármelo».
El ayuno absoluto. Está demostrado que el hombre puede sobrevivir naturalmente en una abstinencia total de alimento prolongada sólo por algunas semanas. En 1831 un condenado a muerte, Garnié, rehusó tomar alimentos a excepción de un poco de agua. Murió después de 63 días. Pesaba sólo 26 kilos. En la Iglesia, los casos más notables de ayuno absoluto son los de santa Catalina de Siena (cerca de ocho años), santa Ludovina de Schiedman (28 años), las beatas Caterina de Raconigi (diez años), Domenica Lazzari y Luisa Lasteau (14 años). Todas ellas llevaban una vida normal e incluso muy activa. Sin embargo el ayuno por sí mismo no prueba la santidad pero sí la Iglesia reconoce en algunos de sus santos un privilegio similar dado por Dios como recompensa por sus virtudes.
La vigilia o privación prolongada del sueño es análogo al precedente. Los casos más notables son los de san Macario de Alejandría quien pasó 20 años continuos sin dormir. Santa Coleta dormía una hora a la semana y una vez en su vida permaneció un año sin dormir. San Pedro de Alcántara dormía hora y media al día por cuarenta años, como testimonió santa Teresa de Jesús. Santa Rosa de Lima limitaba a dos horas el tiempo concedido para el reposo y santa Catarina de Ricci no dormía más que dos o tres horas por noche. Los médicos y los fisiólogos coinciden en el decir que sin salir de las leyes normales de la naturaleza orgánica no se puede privar a una persona del sueño. Las largas vigilias y abstinencias se encuentran sobre todo entre los contemplativos.
La agilidad consiste en la traslación corporal casi instantánea de un lugar a otro, a veces remotísimo del primero. Es diferente a la bilocación porque no hay simultaneidad de presencia en ambos lugares sino únicamente traslación de un lugar a otro.
En la mismísima Biblia leemos que el diácono Felipe fue trasportado por el Espíritu de Dios a la ciudad de Azoto después que instruyó y bautizó sobre el camino de Jerusalén a Gaza al eunuco Candace (Hechos de los apóstoles 8, 39-40) aunque quizá sea más famosos el caso de Habacuc, trasportado por el ángel de Judea a Babilonia para que llevase alimento a Daniel en la fosa de los leones (Dan 14, 33-39).
Otros santos conocidos también la ha tenido: santa Teresa contaba que san Pedro de Alcántara se le aparecía, aún viviente, varias veces. También san Felipe Neri se aparecío muchas veces mientras estaba en vida. San Antonio de Padua llegó a hacer, en una sola noche, el viaje de Padua a Lisboa; y regresó en la misma noche. En la vida de san Martín de Porres se narran prodigios de este tipo.
En la mismísima Biblia leemos que el diácono Felipe fue trasportado por el Espíritu de Dios a la ciudad de Azoto después que instruyó y bautizó sobre el camino de Jerusalén a Gaza al eunuco Candace (Hechos de los apóstoles 8, 39-40) aunque quizá sea más famosos el caso de Habacuc, trasportado por el ángel de Judea a Babilonia para que llevase alimento a Daniel en la fosa de los leones (Dan 14, 33-39).
Otros santos conocidos también la ha tenido: santa Teresa contaba que san Pedro de Alcántara se le aparecía, aún viviente, varias veces. También san Felipe Neri se aparecío muchas veces mientras estaba en vida. San Antonio de Padua llegó a hacer, en una sola noche, el viaje de Padua a Lisboa; y regresó en la misma noche. En la vida de san Martín de Porres se narran prodigios de este tipo.
La bilocación es uno de los fenómenos más sorprendentes de la mística y uno de los más difíciles de explicar a menos que se recurra al milagro. Consiste en la presencia simultánea de una misma persona en dos lugares diversos. Se han dado muchos casos en la historia de la vida de los santos. Entre los más conocidos están los de san Francisco de Asís, san Antonio de Padua, san Francisco Xavier, san Martín de Porres, san José de Cupertino o san Alfonso María de Ligorio.
De san Alfonso María se lee en su proceso de canonización que el 21 de septiembre de 1774, mientras estaba en Arienzo, pequeña villa de su diócesis, cae en una especia de desvanecimiento. Permanece cerca de dos días inmerso en un dulce y profundo sueño, sentado sobre un sillón. Uno de sus siervos habría querido despertarlo, pero su vicario general, D. G. Nicola de Rubino, ordenó que lo dejaran reposar. Cuando se despertó, el santo sonó la campana. Acudieron prontamente sus familiares. Viéndolo grandemente agitado le preguntaron:
-«¿Qué te sucede?, son dos días en que no has hablado ni dado ninguna señal de vida».
Él respondió asegurando que había ido a asistir al Papa que acababa de morir hace una hora. Poco tiempo después llegó la noticia de la muerte de Clemente XIV, acaecida el 22 de septiembre a la una de la tarde, momento preciso en el que el santo había sonado la campanilla. San Alfonso fue visto en ambos lugares contemporáneamente por una multitud de testigos.
De san Alfonso María se lee en su proceso de canonización que el 21 de septiembre de 1774, mientras estaba en Arienzo, pequeña villa de su diócesis, cae en una especia de desvanecimiento. Permanece cerca de dos días inmerso en un dulce y profundo sueño, sentado sobre un sillón. Uno de sus siervos habría querido despertarlo, pero su vicario general, D. G. Nicola de Rubino, ordenó que lo dejaran reposar. Cuando se despertó, el santo sonó la campana. Acudieron prontamente sus familiares. Viéndolo grandemente agitado le preguntaron:
-«¿Qué te sucede?, son dos días en que no has hablado ni dado ninguna señal de vida».
Él respondió asegurando que había ido a asistir al Papa que acababa de morir hace una hora. Poco tiempo después llegó la noticia de la muerte de Clemente XIV, acaecida el 22 de septiembre a la una de la tarde, momento preciso en el que el santo había sonado la campanilla. San Alfonso fue visto en ambos lugares contemporáneamente por una multitud de testigos.
Las levitaciones consiste en la elevación espontánea del suelo y en el mantenimiento del cuerpo humano sin ningún apoyo y sin causa natural visible. Por regla, le levitación mística se verifica mientras el paciente está en éxtasis y, si el cuerpo se eleva un poco, se llama éxtasis ascensional; si se eleva a gran altura, recibe el nombre de vuelo extático; y si comienza a andar velozmente a ras del suelo, pero sin tocarlo, se llama marcha extática.
En el proceso de canonización de san José de Cupertino se registran más de sesenta casos de levitación. Fue visto volar sobre el púlpito de la iglesia, por los muros y delante de un crucifijo o una imagen pía; aterrizar sobre el altar o cerca del tabernáculo; sostenerse como un pájaro sobre ramas débiles; hacer saltos de grandes distancias. Una palabra, una mirada, la mínima cosa en relación con la piedad, le producía estos transportes. En un periodo de su vida llegaron a ser tan frecuentes que sus superiores debieron exceptuarlo del rezo común en el coro para que, contra su voluntad, no interrumpiera ni perturbase las ceremonias de la comunidad con sus vuelos extáticos de los cuales muchas personas fueron testigos, entre ellos el Papa Urbano VIII y el príncipe protestante Juan Federico de Brunswick, el cual no sólo quedó impresionado sino que se convirtió al catolicismo y vistió el sayal franciscano.
Está claro que la simple naturaleza no puede alterar las leyes de la gravedad, siempre fijas y constantes. La Iglesia ha explicado este fenómeno como una anticipación del don de agilidad propia de los cuerpos gloriosos.
En el proceso de canonización de san José de Cupertino se registran más de sesenta casos de levitación. Fue visto volar sobre el púlpito de la iglesia, por los muros y delante de un crucifijo o una imagen pía; aterrizar sobre el altar o cerca del tabernáculo; sostenerse como un pájaro sobre ramas débiles; hacer saltos de grandes distancias. Una palabra, una mirada, la mínima cosa en relación con la piedad, le producía estos transportes. En un periodo de su vida llegaron a ser tan frecuentes que sus superiores debieron exceptuarlo del rezo común en el coro para que, contra su voluntad, no interrumpiera ni perturbase las ceremonias de la comunidad con sus vuelos extáticos de los cuales muchas personas fueron testigos, entre ellos el Papa Urbano VIII y el príncipe protestante Juan Federico de Brunswick, el cual no sólo quedó impresionado sino que se convirtió al catolicismo y vistió el sayal franciscano.
Está claro que la simple naturaleza no puede alterar las leyes de la gravedad, siempre fijas y constantes. La Iglesia ha explicado este fenómeno como una anticipación del don de agilidad propia de los cuerpos gloriosos.
Las sutilezas consisten en el paso de un cuerpo a través de otro. En el momento del tránsito supone la compenetración o coexistencia de los dos cuerpos en un mismo lugar. Este prodigio se verificó en la persona de Jesús cuando a puertas cerradas se presentó a sus discípulos, como narra san Juan en los versículos 20-26 del capítulo 19 de su Evangelio. También es célebre el caso de san Raymundo de Peñafort que entró en su convento de Barcelona a puertas cerradas.
Las luces o esplendores son ciertos esplendores que algunas veces irradian los cuerpos de los santos sobre todo durante la contemplación o el éxtasis. Este fenómeno se verificó en san Luis Beltrán, san Ignacio de Loyola, san Francisco de Paula, san Felipe Neri, san Francisco de Sales, san Carlos Borromeo, san Juan María Vianey, etc. Es uno de los más frecuentes entres los grandes santos.
El perfume sobrenatural (osmogenesia) consiste en un cierto perfume de exquisita suavidad y fragancia que emana del cuerpo mortal de los santos o del sepulcro donde reposan sus restos. Se trata de un aroma singular que nada tiene de común con los perfumes terrenos. Los testigos que lo han experimentado no encontraron analogías para hacer entender la suavidad y fragancia de un aroma inconfundible jamás sentido en la tierra.
El perfumero de la corte de Saboya fue enviado un día al convento de la beata María de los Ángeles para que buscase individuar la naturaleza del olor que la sierva de Dios emanaba. Debió confesar que no se asemejaba a ninguno de los perfumes de esta tierra. Las religiosas, sus compañeras, lo llamaban “olor de paraíso o de santidad”.
Han exhalado suave olor las reliquias o los sepulcros de san Francisco de Asís, santo Domingo de Guzmán, santo Tomás de Aquino, santa Rosa de Lima, santa Teresa, santa Francisca Romana, etc.
Fenómenos de orden afectivo
Quedan aún por explicar un tercer tipo de fenómenos, los de orden afectivo. Se consideran tales, prevalentemente, dos tipos: los éxtasis místicos y los incendios de amor. Algunos estudiosos llaman a este tercer tipo de fenómenos, psico-fisiológicos pues tienen, en buena medida, su raíz principal en la voluntad; de ahí que algunos autores los clasifiquen entre los fenómenos de orden orgánico.
El perfumero de la corte de Saboya fue enviado un día al convento de la beata María de los Ángeles para que buscase individuar la naturaleza del olor que la sierva de Dios emanaba. Debió confesar que no se asemejaba a ninguno de los perfumes de esta tierra. Las religiosas, sus compañeras, lo llamaban “olor de paraíso o de santidad”.
Han exhalado suave olor las reliquias o los sepulcros de san Francisco de Asís, santo Domingo de Guzmán, santo Tomás de Aquino, santa Rosa de Lima, santa Teresa, santa Francisca Romana, etc.
Fenómenos de orden afectivo
Quedan aún por explicar un tercer tipo de fenómenos, los de orden afectivo. Se consideran tales, prevalentemente, dos tipos: los éxtasis místicos y los incendios de amor. Algunos estudiosos llaman a este tercer tipo de fenómenos, psico-fisiológicos pues tienen, en buena medida, su raíz principal en la voluntad; de ahí que algunos autores los clasifiquen entre los fenómenos de orden orgánico.
Los éxtasis místicos no son gracias gratis dadas por Dios. Entran en el desarrollo normal de los grados de oración mística y constituyen un fenómeno normal en el desarrollo de la vida cristiana. Pero como su aspecto exterior es espectacular, presenta ciertas semejanzas con los fenómenos de tipo extraordinario que se han mencionado.
Los incendios de amor son un hecho comprobado en la vida de algunos santos en los que el amor hacia Dios se manifiesta algunas veces hacia el exterior bajo la forma de fuego que quema, incluso materialmente, la carne y la ropa cercana al corazón. Esta manifestación se produce en grados diversos:
1) Simple calor intenso: es un extraordinario calor del corazón que se dilata; este calor se expande a todo el organismo. Es clásico el episodio de la vida de san Wenceslao, duque de Bohemia. De noche visitaba la iglesia a pies descalzos. Al siervo que le acompañaba le recomendaba meter los pies en los zapatos que él dejaba para no congelarse.
2) Ardores intensísimos: el fuego del amor divino puede llegar a tal intensidad que a veces es necesario recorrer a refrigerantes para poderlo soportar. Se cuenta de san Estanislao de Kotska, que era tan fuerte el fuego que lo consumía, que en pleno invierno era necesario aplicarle sobre el pecho paños empapados de agua helada. Santa Caterina de Génova no podía acercar su mano al corazón sin experimentar un calor intolerable.
3) La quemadura material: cuando el fuego del amor llega a producir incandescencias, las quemaduras se realizan plenamente. Es lo que se llama a pleno título incendios de amor. El corazón de san Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas, ardía de tal manera, que más de una vez su túnica de lana aparecía completamente quemada por la parte del corazón. El beato Nicolás Factor, religioso franciscano, incapaz de soportar el fuego que ardía en su corazón, se hechó un vaso de agua helada en pleno invierno. Consta en su proceso de beatificación que el agua, inmediatamente, se evaporó.
2) Ardores intensísimos: el fuego del amor divino puede llegar a tal intensidad que a veces es necesario recorrer a refrigerantes para poderlo soportar. Se cuenta de san Estanislao de Kotska, que era tan fuerte el fuego que lo consumía, que en pleno invierno era necesario aplicarle sobre el pecho paños empapados de agua helada. Santa Caterina de Génova no podía acercar su mano al corazón sin experimentar un calor intolerable.
3) La quemadura material: cuando el fuego del amor llega a producir incandescencias, las quemaduras se realizan plenamente. Es lo que se llama a pleno título incendios de amor. El corazón de san Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas, ardía de tal manera, que más de una vez su túnica de lana aparecía completamente quemada por la parte del corazón. El beato Nicolás Factor, religioso franciscano, incapaz de soportar el fuego que ardía en su corazón, se hechó un vaso de agua helada en pleno invierno. Consta en su proceso de beatificación que el agua, inmediatamente, se evaporó.
Existe sin duda una estrecha relación entre el amor y el fuego producido.
La naturaleza prodigiosa de todos estos fenómenos exige recurrir a lo sobrenatural para poder ser explicados. Este recurso, indiscutiblemente, demuestra la grandeza infinita de Dios el cual esparce a manos llenas sus tesoros. Es fácil recurrir a lecturas que intentan, acertada o erradamente, para bien o para confusión del lector, explicar estos casos que son verdaderamente atrayentes. Este texto es una buena guía para no perder el norte y tampoco dejarse engañar."
La naturaleza prodigiosa de todos estos fenómenos exige recurrir a lo sobrenatural para poder ser explicados. Este recurso, indiscutiblemente, demuestra la grandeza infinita de Dios el cual esparce a manos llenas sus tesoros. Es fácil recurrir a lecturas que intentan, acertada o erradamente, para bien o para confusión del lector, explicar estos casos que son verdaderamente atrayentes. Este texto es una buena guía para no perder el norte y tampoco dejarse engañar."
Autor: Jorge Enrique Mújica
Catholic.net
miércoles, 23 de mayo de 2012
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domingo, 20 de mayo de 2012
AUTENTICIDAD DE ESPIRITU
En el momento actual de la Iglesia asistimos a una renovación carismática, en cuyo origen podemos señalar las orientaciones del concilio Vaticano II. Este concilio prestó particular atención a la dimensión carismática de la Iglesia, recalcando la acción del Espíritu Santo en muchos aspectos. En algunos pasajes recalcaba particularmente la libertad, con la que según sus designios, comunica a cada hombre en particular directamente la aptitud y prontitud para un servicio de utilidad y enriquecimiento espiritual de la Iglesia, siempre en conexión con la autoridad jerárquica de la misma, a la que corresponde juzgar de la autenticidad del pretendido carisma y de la oportunidad y condiciones de su recto ejercicio.
En un capítulo precedente hablábamos de la dimensión edificante y apostólica de la vida cristiana, que hay que cuidar solícitamente en el trabajo de dirección 9. En el director es necesaria una postura abierta y libre, para que sin partidismos asista al dirigido en su determinación del servicio apostólico al que Dios le llama. El servicio eclesial estable, para el que Dios ha dotado al dirigido y al que Dios le invita, constituye su carisma en la Iglesia 10. En su función subsidiaria e instrumental, el director debe ayudar al reconocimiento de ese carisma, a su preparación y a su ejercicio espiritual.
El discernimiento del carisma por parte del director es función distinta del discernimiento que corresponde a la autoridad jerárquica; ni confiere una aprobación jurídica. Es un caso concreto del discernimiento del espíritu de una persona. Como dirección predominante y permanente, ese espíritu puede inclinar habitualmente a una forma de vida espiritual con el predominio en ella de determinados matices. Es lo que hemos llamado espíritu de una persona. Y puede inclinar también a una forma de servicio a la Iglesia en fuerza de unas aptitudes que para ello tiene esa persona y los impulsos correspondientes del espíritu bueno. Es el carisma, y puede impulsar también a una forma de vida cristiana que constituye un estado de vida vocacional .
1. Examen y purificación del carisma
Entre las funciones que debe ejercitar el sacerdote, el concilio Vaticano II enuncia la ayuda válida prestada a los fieles para que vivan su propia misión en la Iglesia:
«Toca a los sacerdotes... cuidar, por sí o por otros, que cada uno de los fieles sea llevado a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y operante y a la libertad con que Cristo nos liberó. Sean instruidos a no vivir sólo para sí, sino que, según las exigencias evangélicas, cada uno administre la gracia como la ha recibido, y así todos cumplan cristianamente sus deberes en la comunidad de los hombres». «Probando si los espíritus son de Dios, descubran con sentido de fe los multiformes carismas de los seglares, humildes o altos; reconózcanlos con gozo, foméntenlos con diligencia» 12.
Esta función recomendada por el concilio se ejercita de manera particular en el ministerio de la dirección espiritual.
Se trata de discernir un doble hecho:
a) que existe la aptitud;
b) que el espíritu que así le indina es auténticamente de Dios. Esto último es lo que viene a decir San Pablo cuando, tratando de la variedad de carismas y sus clases, enseña (1 Cor 12-13) que lo fundamental en ellos y la garantía de su autenticidad está en que broten de la caridad y se ejerciten bajo su impulso 13
La ayuda de la dirección se encamina, sobre todo, a examinar la bondad del espíritu, aunque a veces puede contribuir útilmente a reconocer las aptitudes mismas. Hay que ayudar también a que el dirigido, en su ejercicio, proceda siempre con mayor limpieza espiritual.
Ordinariamente, el planteamiento de la cuestión tiene su origen en que el dirigido siente inclinación estable a un servició determinado de la Iglesia. No es que el director se lo busque o lo provoque. Entonces se trata de examinar si esa inclinación estable ofrece garantías de ser espíritu bueno en el cuadro de su vida espiritual.
En general, los criterios y caminos son los que hemos expuesto cuando hemos tratado del discernimiento del espíritu de una persona 14.
Las orientaciones allí desarrolladas son válidas para el discernimiento del carisma y probablemente suficientes. Con atención especial a los carismas, podríamos subrayar particularmente algunos aspectos allí contenidos, pero que en el caso del carisma tienen especial relieve y aplicación. Hay que notar únicamente que este trabajo de discernimiento sólo se ejercita legítimamente sobre quien abre su espíritu para que el director le ayude a la luz de la conciencia abierta. Fuera de este caso, hay que mirar bien si toca a la persona ejercitar un discernimiento poniéndose a juzgar a las personas sobre quien nadie le ha constituido juez.
San Juan y San Pablo coinciden en un criterio fundamental para discernir el espíritu bueno, el carisma auténtico cristiano: la limpidez de la doctrina, la confesión de Cristo Hijo de Dios y verdadero hombre. No puede ser carisma auténtico el que niega, en fuerza de su mismo espíritu, lo que es doctrina revelada, contenido de la fe de la Iglesia (Rom 12,6; 2 Tim 3,13-16; 1 Jn 4,1-3).
San Pablo, escribiendo a los Corintios, después de hablar de la diversidad de los carismas que proceden de un mismo Espíritu, pasa a hablar de la caridad y de sus cualidades maravillosas. No es una digresión para volver luego de nuevo a los carismas. Al insistir en que la caridad es paciente, benigna, no se hincha, no busca sus propios intereses, está dando los criterios del carisma auténtico, porque son los signos del espíritu bueno o de la caridad verdadera. Lo mismo obtenemos si comparamos este pasaje con la carta a los Gálatas (5,23ss), en que San Pablo desarrolla los frutos del Espíritu bueno en nosotros y recalca la dimensión espiritual de la relación social del cristiano: bondad, cordialidad, comprensión. Es la dimensión social de la presencia del espíritu bueno en el hombre.
El carisma verdadero no es autosuficiente y seguro de sí mismo. Es una de las señales más reconocibles. El Espíritu mueve a la realización de algo hacia lo que se siente internamente movido en tensión humilde. El carisma, sobre todo cuando es de actuación eclesial notable y puesta ante las miradas de las multitudes, lleva consigo la tensión de quien debe realizar una misión que siente superior a sus fuerzas y que al mismo tiempo no es realización de sí mismo. No hay autosuficiencia. Hay serenidad habitual en el fondo, incluso con momentos de oscuridad y titubeo de la propia misión. No tiene certeza absoluta ni perdurante. Es consciente de que el carisma puede convertirse en pseudocarisma si pierde la actitud de docilidad y se convierte en afirmación autosuficiente de sí mismo para el propio provecho, el propio prestigio, la propia gloria e independencia. El constitutivo interior del carisma es la blandura y docilidad al Espíritu, cuyo cooperador es siempre. Carisma, en sentido estricto, quiere decir, esencialmente, hombre en escucha.
Esa actitud auténtica comporta ciertos aspectos respecto de sí mismo, respecto de la Iglesia jerárquica, respecto de los demás.
Respecto de sí mismo, el carisma verdadero le mantiene en humildad, porque no es título de propia realización. El carisma se reconoce como don recibido que impone una fuerte responsabilidad, sin que su cumplimiento derive en gloria de la persona. Suele ser ya signo negativo el regodearse en el carisma, el detenerse reflejamente en él como timbre de gloria, el blandirlo como reivindicación ante la Iglesia institucional, como timbre de gloria que se pone en comparación y contraste con otras misiones en la Iglesia, como una compensación de amor propio. Es entonces cuando el carismático que desprecia e ignora la autoridad, pretende erigirse él mismo en autoridad, imponiéndose por título de carisma. La aparición de rasgos en este sentido manifiesta síntomas de mixtificación e impureza del carisma.
El carisma auténtico lleva también un sentido de disponibilidad, docilidad, en blandura interior, sin rigidez. La rigidez es siempre manifestación de alguna forma de egoísmo; el Espíritu nunca es rígido. Esa docilidad lleva consigo una paz profunda incluso en actuaciones que a veces son difíciles.
Siendo obra de la caridad, el carisma lleva consigo la condición primaria de la caridad, que es salir de sí mismo y no buscar el propio interés.
Respecto de la Iglesia jerárquica, el carisma auténtico mantiene una disposición habitual, un espíritu de fe sincera, con la consiguiente sumisión amorosa y pronta 15. La postura es clara a la luz de la fe. Si se admite que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia jerárquica a pesar de sus limitaciones, y ahora suponemos que es el mismo Espíritu Santo el que está asistiendo al carisma a pesar también de sus limitaciones, es demasiado evidente que el Espíritu tiene que infundir profunda caridad y cordialidad entre ambos conforme a la función de cada uno. Consiguientemente, será contraindicación de espíritu bueno toda postura interior o disposición de rebelión radical, de resentimiento, de odio, aun en casos en que esté convencido fundadamente de la necesidad de una actuación transformadora eficaz. Toda acción carismática irá llevada por amor y respeto sumiso a la Iglesia jerárquica. El carisma auténtico excluye la postura previa de oposición y mantiene la actitud de colaboración valiente, humilde e inteligente.
El carisma auténtico reconoce su propio lugar en el misterio de la Iglesia y actúa con lealtad, claridad, respeto y humildad en todas sus intervenciones, aun las más innovadoras. En tono de sumisión amorosa a Cristo en sus pastores, sin servilismos personales, pero pronto a seguir toda orientación del Espíritu, que le conduce por el instrumento de su Iglesia 16.
Respecto de los demás, el carisma auténtico es cordial, benigno, comprensivo. Lejos de querer imponer exclusivamente su propio camino. Sin coacciones ni presiones. Como aportación humilde a la Iglesia en la sencillez de su espíritu. San Pablo recalca el mutuo respeto de unos miembros a otros, de unos carismas a otros. Más aún: el espíritu auténtico hace al cristiano interiormente dócil para acoger la invitación que el mismo Espíritu le dirige a través de los que tienen carisma diverso al suyo.
2. Examen y maduración de la vocación
En el discernimiento y proceso madurativo de su vocación, toca también a la dirección espiritual ayudar al dirigido a la práctica del consejo de vida evangélica, esto es, a la profesión de la pura vida espiritual (cf. Mt 19,16-30; Me 10,17-31; Le 18,18-30).
La vocación es carisma de características particulares: abarca todo el estado de la vida. El carisma, no necesariamente. Sin cambiar el estado de vida, en un mismo estado, pueden darse carismas distintos: de lenguas, de profecía, de hospitalidad. Toda vocación es, pues, cansina; pero no todo carisma es vocación. La vocación implica un carisma que se refiere a la postura personal total del sujeto ante el misterio de Cristo.
Por tanto, cuanto hemos dicho del carisma, vale para el examen de la autenticidad de la vocación, a lo menos en lo que se refiere a la exclusión del mal espíritu. Con todo, vamos a hacer algunas indicaciones, que esperamos puedan ser útiles al director en su trabajo de discernimiento y de ayuda a la vocación que atrae al consejo de vida evangélica pura.
El discernimiento que tiene que hacer el director es distinto del que tiene que hacer el obispo o superior religioso, que reciben y llaman exteriormente al candidato- Estos tienen que atender predominantemente a la aptitud; el director tiene que hacer su discernimiento y ayudar a hacerlo al dirigido mismo; sobre todo, a base de la consideración y examen del espíritu que mueve al dirigido hacia esa forma de vida.
Dado que la vocación, como hecho espiritual que es, está sometida a las vicisitudes del espíritu, será útil observar hasta qué punto los estados de consolación y desolación acompañan habitualmente a los pensamientos, positivos o negativos, respectivamente, acerca de la vocación.
En la mayoría de los casos, la vocación suele apoyarse inicialmente, de forma más o menos explícita, en alguna verdad concreta sobrenatural derivada de la revelación, que viene a ser el motivo de la vocación. Pero conviene notar que el motivo inicial puede ser todavía muy imperfecto y, con todo, ser auténtico. De ordinario, Dios atrae por el ejemplo sentido de quienes viven una vocación; en ellos les atrae Cristo. Esta atracción es buena. Con todo, a los principios se mezclan muchas veces motivaciones ajenas, impertinentes, naturales, interesadas, que no son tan puras. Ni la imperfección misma del sujeto permite en esos momentos otra cosa, apoyado como está en complejos mecanismos psicológicos. Por eso hay que tener especial cuidado en no excluir absolutamente por ello el que la primera y fundamental motivación sea verdaderamente sobrenatural y verdadera vocación. Es necesario discernir en el boscaje de motivos hasta llegar al radical y verdadero, si es que existe, para purificarlo lentamente de su mixtificaciones.
En algunos casos, el comienzo de vocación aparece siguiendo un proceso dialéctico, al parecer al menos, repentino e imprevisto. Hay casos en que un hombre pasa en muy poco tiempo de una vida mundana a una vocación de cartujo. En tales casos no hay que precipitarse, ni ser fácil en proclamar que tal vocación no sea auténtica, y mucho menos madura. Porque puede suceder que las premisas vitales estuvieran allá dentro del corazón desde mucho tiempo antes. Quizá incluso el director se había percatado, al menos vagamente, de su presencia, hasta el punto de que hasta preveía la posibilidad de tal desenlace que ahora los hechos confirman. Si así fuera, es claro que para él no ha sido tan repentino e imprevisto el cambio como pudiera parecerle a quien ignora totalmente las premisas.
En cambio, al proceso de maduración suele ser bueno que el dirigido adopte en su tenor de vida el estilo vital que corresponde lo más fielmente posible a la pretendida e iniciada vocación, de manera que puedan experimentarse las vicisitudes y repercusiones que semejante vida produce en el sujeto, examinando la variedad de mociones espirituales que vayan surgiendo, y que el dirigido mantiene claramente en conocimiento de su director. De esta manera se examina la autenticidad del espíritu bueno, que inclina predominantemente a esa forma de vida cristiana concreta. Los criterios indicados más arriba para reconocer la bondad del espíritu de una persona y los más específicos de los carismas, se deben aplicar también para el discernimiento del proceso madurativo de la vocación.
La vocación auténtica, cuando ha llegado a su madurez, suele presentar dos notas características:
- es gozosa en cuanto a la sustancia, aun cuando quizá esté asociada a algunas tribulaciones de espíritu o a otras aflicciones; la tristeza duradera suele ser signo negativo de vocación;
- es segura: cuanto más madura la vocación, tanto más profunda se hace la seguridad. Si no tiene seguridad, no está madura.
Observaciones complementarias.—Advierta el director que hay vocaciones propiamente espirituales; y, como 17 tales, se distinguen formalmente de las vocaciones institucionales. Estas últimas son propiamente eclesiásticas, sociales, funcionales. Esta distinción vale aun en el caso en que se dé esta última coincidiendo en la misma persona con su vocación espiritual. Por eso, el simple hecho de que una persona desee entregarse totalmente al Señor, no significa necesariamente que deba entrar en algún instituto establecido (sea religioso, sea secular). En algunos casos puede ser que baste la vida de continencia perfecta en medio del mundo como término del deseo de entrega al Señor. Queremos decir que se pueden concebir diversas formas de vocación a una vida de perfección evangélica: una observancia institucional o la simple virginidad y profesión evangélica personal en el discipulado de Cristo.
Los clásicamente llamados «consejos evangélicos» tal como tradicionalmente los entiende la Iglesia, pertenecen formalmente a una forma de vida cristiana, aunque también pueden ordenarse al crecimiento de la vida espiritual18.
Autor: Luis María MendizabalBase documental de Catholic.net
En un capítulo precedente hablábamos de la dimensión edificante y apostólica de la vida cristiana, que hay que cuidar solícitamente en el trabajo de dirección 9. En el director es necesaria una postura abierta y libre, para que sin partidismos asista al dirigido en su determinación del servicio apostólico al que Dios le llama. El servicio eclesial estable, para el que Dios ha dotado al dirigido y al que Dios le invita, constituye su carisma en la Iglesia 10. En su función subsidiaria e instrumental, el director debe ayudar al reconocimiento de ese carisma, a su preparación y a su ejercicio espiritual.
El discernimiento del carisma por parte del director es función distinta del discernimiento que corresponde a la autoridad jerárquica; ni confiere una aprobación jurídica. Es un caso concreto del discernimiento del espíritu de una persona. Como dirección predominante y permanente, ese espíritu puede inclinar habitualmente a una forma de vida espiritual con el predominio en ella de determinados matices. Es lo que hemos llamado espíritu de una persona. Y puede inclinar también a una forma de servicio a la Iglesia en fuerza de unas aptitudes que para ello tiene esa persona y los impulsos correspondientes del espíritu bueno. Es el carisma, y puede impulsar también a una forma de vida cristiana que constituye un estado de vida vocacional
1. Examen y purificación del carisma
Entre las funciones que debe ejercitar el sacerdote, el concilio Vaticano II enuncia la ayuda válida prestada a los fieles para que vivan su propia misión en la Iglesia:
«Toca a los sacerdotes... cuidar, por sí o por otros, que cada uno de los fieles sea llevado a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y operante y a la libertad con que Cristo nos liberó. Sean instruidos a no vivir sólo para sí, sino que, según las exigencias evangélicas, cada uno administre la gracia como la ha recibido, y así todos cumplan cristianamente sus deberes en la comunidad de los hombres». «Probando si los espíritus son de Dios, descubran con sentido de fe los multiformes carismas de los seglares, humildes o altos; reconózcanlos con gozo, foméntenlos con diligencia» 12.
Esta función recomendada por el concilio se ejercita de manera particular en el ministerio de la dirección espiritual.
Se trata de discernir un doble hecho:
a) que existe la aptitud;
b) que el espíritu que así le indina es auténticamente de Dios. Esto último es lo que viene a decir San Pablo cuando, tratando de la variedad de carismas y sus clases, enseña (1 Cor 12-13) que lo fundamental en ellos y la garantía de su autenticidad está en que broten de la caridad y se ejerciten bajo su impulso 13
La ayuda de la dirección se encamina, sobre todo, a examinar la bondad del espíritu, aunque a veces puede contribuir útilmente a reconocer las aptitudes mismas. Hay que ayudar también a que el dirigido, en su ejercicio, proceda siempre con mayor limpieza espiritual.
Ordinariamente, el planteamiento de la cuestión tiene su origen en que el dirigido siente inclinación estable a un servició determinado de la Iglesia. No es que el director se lo busque o lo provoque. Entonces se trata de examinar si esa inclinación estable ofrece garantías de ser espíritu bueno en el cuadro de su vida espiritual.
En general, los criterios y caminos son los que hemos expuesto cuando hemos tratado del discernimiento del espíritu de una persona 14.
Las orientaciones allí desarrolladas son válidas para el discernimiento del carisma y probablemente suficientes. Con atención especial a los carismas, podríamos subrayar particularmente algunos aspectos allí contenidos, pero que en el caso del carisma tienen especial relieve y aplicación. Hay que notar únicamente que este trabajo de discernimiento sólo se ejercita legítimamente sobre quien abre su espíritu para que el director le ayude a la luz de la conciencia abierta. Fuera de este caso, hay que mirar bien si toca a la persona ejercitar un discernimiento poniéndose a juzgar a las personas sobre quien nadie le ha constituido juez.
San Juan y San Pablo coinciden en un criterio fundamental para discernir el espíritu bueno, el carisma auténtico cristiano: la limpidez de la doctrina, la confesión de Cristo Hijo de Dios y verdadero hombre. No puede ser carisma auténtico el que niega, en fuerza de su mismo espíritu, lo que es doctrina revelada, contenido de la fe de la Iglesia (Rom 12,6; 2 Tim 3,13-16; 1 Jn 4,1-3).
San Pablo, escribiendo a los Corintios, después de hablar de la diversidad de los carismas que proceden de un mismo Espíritu, pasa a hablar de la caridad y de sus cualidades maravillosas. No es una digresión para volver luego de nuevo a los carismas. Al insistir en que la caridad es paciente, benigna, no se hincha, no busca sus propios intereses, está dando los criterios del carisma auténtico, porque son los signos del espíritu bueno o de la caridad verdadera. Lo mismo obtenemos si comparamos este pasaje con la carta a los Gálatas (5,23ss), en que San Pablo desarrolla los frutos del Espíritu bueno en nosotros y recalca la dimensión espiritual de la relación social del cristiano: bondad, cordialidad, comprensión. Es la dimensión social de la presencia del espíritu bueno en el hombre.
El carisma verdadero no es autosuficiente y seguro de sí mismo. Es una de las señales más reconocibles. El Espíritu mueve a la realización de algo hacia lo que se siente internamente movido en tensión humilde. El carisma, sobre todo cuando es de actuación eclesial notable y puesta ante las miradas de las multitudes, lleva consigo la tensión de quien debe realizar una misión que siente superior a sus fuerzas y que al mismo tiempo no es realización de sí mismo. No hay autosuficiencia. Hay serenidad habitual en el fondo, incluso con momentos de oscuridad y titubeo de la propia misión. No tiene certeza absoluta ni perdurante. Es consciente de que el carisma puede convertirse en pseudocarisma si pierde la actitud de docilidad y se convierte en afirmación autosuficiente de sí mismo para el propio provecho, el propio prestigio, la propia gloria e independencia. El constitutivo interior del carisma es la blandura y docilidad al Espíritu, cuyo cooperador es siempre. Carisma, en sentido estricto, quiere decir, esencialmente, hombre en escucha.
Esa actitud auténtica comporta ciertos aspectos respecto de sí mismo, respecto de la Iglesia jerárquica, respecto de los demás.
Respecto de sí mismo, el carisma verdadero le mantiene en humildad, porque no es título de propia realización. El carisma se reconoce como don recibido que impone una fuerte responsabilidad, sin que su cumplimiento derive en gloria de la persona. Suele ser ya signo negativo el regodearse en el carisma, el detenerse reflejamente en él como timbre de gloria, el blandirlo como reivindicación ante la Iglesia institucional, como timbre de gloria que se pone en comparación y contraste con otras misiones en la Iglesia, como una compensación de amor propio. Es entonces cuando el carismático que desprecia e ignora la autoridad, pretende erigirse él mismo en autoridad, imponiéndose por título de carisma. La aparición de rasgos en este sentido manifiesta síntomas de mixtificación e impureza del carisma.
El carisma auténtico lleva también un sentido de disponibilidad, docilidad, en blandura interior, sin rigidez. La rigidez es siempre manifestación de alguna forma de egoísmo; el Espíritu nunca es rígido. Esa docilidad lleva consigo una paz profunda incluso en actuaciones que a veces son difíciles.
Siendo obra de la caridad, el carisma lleva consigo la condición primaria de la caridad, que es salir de sí mismo y no buscar el propio interés.
Respecto de la Iglesia jerárquica, el carisma auténtico mantiene una disposición habitual, un espíritu de fe sincera, con la consiguiente sumisión amorosa y pronta 15. La postura es clara a la luz de la fe. Si se admite que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia jerárquica a pesar de sus limitaciones, y ahora suponemos que es el mismo Espíritu Santo el que está asistiendo al carisma a pesar también de sus limitaciones, es demasiado evidente que el Espíritu tiene que infundir profunda caridad y cordialidad entre ambos conforme a la función de cada uno. Consiguientemente, será contraindicación de espíritu bueno toda postura interior o disposición de rebelión radical, de resentimiento, de odio, aun en casos en que esté convencido fundadamente de la necesidad de una actuación transformadora eficaz. Toda acción carismática irá llevada por amor y respeto sumiso a la Iglesia jerárquica. El carisma auténtico excluye la postura previa de oposición y mantiene la actitud de colaboración valiente, humilde e inteligente.
El carisma auténtico reconoce su propio lugar en el misterio de la Iglesia y actúa con lealtad, claridad, respeto y humildad en todas sus intervenciones, aun las más innovadoras. En tono de sumisión amorosa a Cristo en sus pastores, sin servilismos personales, pero pronto a seguir toda orientación del Espíritu, que le conduce por el instrumento de su Iglesia 16.
Respecto de los demás, el carisma auténtico es cordial, benigno, comprensivo. Lejos de querer imponer exclusivamente su propio camino. Sin coacciones ni presiones. Como aportación humilde a la Iglesia en la sencillez de su espíritu. San Pablo recalca el mutuo respeto de unos miembros a otros, de unos carismas a otros. Más aún: el espíritu auténtico hace al cristiano interiormente dócil para acoger la invitación que el mismo Espíritu le dirige a través de los que tienen carisma diverso al suyo.
2. Examen y maduración de la vocación
En el discernimiento y proceso madurativo de su vocación, toca también a la dirección espiritual ayudar al dirigido a la práctica del consejo de vida evangélica, esto es, a la profesión de la pura vida espiritual (cf. Mt 19,16-30; Me 10,17-31; Le 18,18-30).
La vocación es carisma de características particulares: abarca todo el estado de la vida. El carisma, no necesariamente. Sin cambiar el estado de vida, en un mismo estado, pueden darse carismas distintos: de lenguas, de profecía, de hospitalidad. Toda vocación es, pues, cansina; pero no todo carisma es vocación. La vocación implica un carisma que se refiere a la postura personal total del sujeto ante el misterio de Cristo.
Por tanto, cuanto hemos dicho del carisma, vale para el examen de la autenticidad de la vocación, a lo menos en lo que se refiere a la exclusión del mal espíritu. Con todo, vamos a hacer algunas indicaciones, que esperamos puedan ser útiles al director en su trabajo de discernimiento y de ayuda a la vocación que atrae al consejo de vida evangélica pura.
El discernimiento que tiene que hacer el director es distinto del que tiene que hacer el obispo o superior religioso, que reciben y llaman exteriormente al candidato- Estos tienen que atender predominantemente a la aptitud; el director tiene que hacer su discernimiento y ayudar a hacerlo al dirigido mismo; sobre todo, a base de la consideración y examen del espíritu que mueve al dirigido hacia esa forma de vida.
Dado que la vocación, como hecho espiritual que es, está sometida a las vicisitudes del espíritu, será útil observar hasta qué punto los estados de consolación y desolación acompañan habitualmente a los pensamientos, positivos o negativos, respectivamente, acerca de la vocación.
En la mayoría de los casos, la vocación suele apoyarse inicialmente, de forma más o menos explícita, en alguna verdad concreta sobrenatural derivada de la revelación, que viene a ser el motivo de la vocación. Pero conviene notar que el motivo inicial puede ser todavía muy imperfecto y, con todo, ser auténtico. De ordinario, Dios atrae por el ejemplo sentido de quienes viven una vocación; en ellos les atrae Cristo. Esta atracción es buena. Con todo, a los principios se mezclan muchas veces motivaciones ajenas, impertinentes, naturales, interesadas, que no son tan puras. Ni la imperfección misma del sujeto permite en esos momentos otra cosa, apoyado como está en complejos mecanismos psicológicos. Por eso hay que tener especial cuidado en no excluir absolutamente por ello el que la primera y fundamental motivación sea verdaderamente sobrenatural y verdadera vocación. Es necesario discernir en el boscaje de motivos hasta llegar al radical y verdadero, si es que existe, para purificarlo lentamente de su mixtificaciones.
En algunos casos, el comienzo de vocación aparece siguiendo un proceso dialéctico, al parecer al menos, repentino e imprevisto. Hay casos en que un hombre pasa en muy poco tiempo de una vida mundana a una vocación de cartujo. En tales casos no hay que precipitarse, ni ser fácil en proclamar que tal vocación no sea auténtica, y mucho menos madura. Porque puede suceder que las premisas vitales estuvieran allá dentro del corazón desde mucho tiempo antes. Quizá incluso el director se había percatado, al menos vagamente, de su presencia, hasta el punto de que hasta preveía la posibilidad de tal desenlace que ahora los hechos confirman. Si así fuera, es claro que para él no ha sido tan repentino e imprevisto el cambio como pudiera parecerle a quien ignora totalmente las premisas.
En cambio, al proceso de maduración suele ser bueno que el dirigido adopte en su tenor de vida el estilo vital que corresponde lo más fielmente posible a la pretendida e iniciada vocación, de manera que puedan experimentarse las vicisitudes y repercusiones que semejante vida produce en el sujeto, examinando la variedad de mociones espirituales que vayan surgiendo, y que el dirigido mantiene claramente en conocimiento de su director. De esta manera se examina la autenticidad del espíritu bueno, que inclina predominantemente a esa forma de vida cristiana concreta. Los criterios indicados más arriba para reconocer la bondad del espíritu de una persona y los más específicos de los carismas, se deben aplicar también para el discernimiento del proceso madurativo de la vocación.
La vocación auténtica, cuando ha llegado a su madurez, suele presentar dos notas características:
- es gozosa en cuanto a la sustancia, aun cuando quizá esté asociada a algunas tribulaciones de espíritu o a otras aflicciones; la tristeza duradera suele ser signo negativo de vocación;
- es segura: cuanto más madura la vocación, tanto más profunda se hace la seguridad. Si no tiene seguridad, no está madura.
Observaciones complementarias.—Advierta el director que hay vocaciones propiamente espirituales; y, como 17 tales, se distinguen formalmente de las vocaciones institucionales. Estas últimas son propiamente eclesiásticas, sociales, funcionales. Esta distinción vale aun en el caso en que se dé esta última coincidiendo en la misma persona con su vocación espiritual. Por eso, el simple hecho de que una persona desee entregarse totalmente al Señor, no significa necesariamente que deba entrar en algún instituto establecido (sea religioso, sea secular). En algunos casos puede ser que baste la vida de continencia perfecta en medio del mundo como término del deseo de entrega al Señor. Queremos decir que se pueden concebir diversas formas de vocación a una vida de perfección evangélica: una observancia institucional o la simple virginidad y profesión evangélica personal en el discipulado de Cristo.
Los clásicamente llamados «consejos evangélicos» tal como tradicionalmente los entiende la Iglesia, pertenecen formalmente a una forma de vida cristiana, aunque también pueden ordenarse al crecimiento de la vida espiritual18.
Autor: Luis María MendizabalBase documental de Catholic.net
sábado, 19 de mayo de 2012
MARÍA, PRIMERA CREACIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
La primera creación del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento, la Santísima Vírgen. -Dios ha hablado al hombre, y le ha hablado para instruirlo. Luego su palabra no es ni puede ser un libro sellado. De aquí la indispensable necesidad de una interpretación auténtica. Esta interpretación, ó no se encuentra en ninguna parte, ó está en la tradición universal de la Sinagoga de la Iglesia.
Esta tradición nos enseña que todas las mujeres ilustres del Antiguo Testamento son ensayos, bosquejos, figuras de la mujer por excelencia, de María. Los dones que ellas poseyeron parcial y transitoriamente, María los posee para siempre y en toda su plenitud.
Así como las diversas corrientes de agua que riegan la tierra van a mezclarse en el Océano, del mismo modo, todas las efusiones parciales del Espíritu Santo sobre las mujeres de la Biblia, se reúnen en la mujer del Evangelio, para crear la incomparable maravilla de su sexo, la Virgen Madre, María.
¿Por quién ha sido formado este océano de perfecciones? Por el Espíritu Santo. ... porque entre todas las criaturas del cielo y de la tierra, de los tiempos pasados y de los siglos futuros, ella es la única sobre quien la tercera persona de la Santísima Trinidad vino con la plenitud de sus dones. Si preguntáis qué objeto se propuso el Espíritu Santo al venir a reposar así en María, los ángeles y los hombres responden: Porque María debía ser su esposa, la Madre del Verbo encarnado, la base de la Ciudad del bien, la mujer por excelencia, una madre de un linaje perpetuo de mujeres heroicas.
Lo mismo se verifica con la Palabra eterna. Nacida en el seno del Padre, estaba en él antes de todos los siglos. Nadie la conocía, pero ella era capaza de un segundo nacimiento que la expusiera afuera y la hiciese sensible. Según nuestro modo de entender, este segundo nacimiento le daría su último complemento. Ahora bien: María ha sido la boca por la cual el Padre ha producido su Verbo al exterior, ella la que ha dado un cuerpo y lo ha hecho visible y sensible. Luego lo mismo respecto al Hijo que del Padre, podemos llamar a María el complemento de la Trinidad: universum Trinitatis complementum.
Gracias a ella, el Espíritu Santo se hará fecundo y producirá un Dios-Hombre ó un Hombre-Dios, obra acabada del poder y el amor. ¿No gloria, y que así puede por tercera vez ser la llamada complemneto de toda la Trinidad: universum Trinitatis complementum.
Monseñor Gaume
viernes, 18 de mayo de 2012
jueves, 17 de mayo de 2012
miércoles, 16 de mayo de 2012
martes, 15 de mayo de 2012
ORACIÓN DEL PROFESOR
Dame Divino Maestro, un amor sincero por mis alumnos y un profundo respeto por los dones particulares de cada uno.
Ayúdame a ser un profesor fiel y dedicado, con mis ojos puestos en el bien de aquellos a quienes sirvo.
Que imparta el conocimiento humildemente, que escuche con atención, que colabore de buena gana, y busque el bien último de aquellos a los que enseño.
Que esté presto a comprender, lento a condenar, ávido de animar y de perdonar.
Mientras enseño ideas y entreno en competencias, que mi vida y mi integridad abran sus mentes y sus corazones a la verdad.
Que mi cálido interés por cada uno les enseñe el sabor de la vida y la pasión por aprender.
Dame la fuerza para admitir mis limitaciones, el coraje para empezar cada día con esperanza, y la paciencia y el humor que necesito para seguir enseñando.
Acepto a cada alumno venido de tus manos. Creo que cada uno de ellos es una persona de valor exclusivo, aunque ellos mismo no se vean así.
Sé que tengo la oportunidad de dar a muchos jóvenes luz y esperanza, un sentido de misión y entrega. Sé que Tú confías en mí y que estás conmigo.
Te pido tu bendición al comienzo de un nuevo día. Te pido que me bendigas a mí y a mis alumnos, sus sueños y esperanzas.
Que aprendamos de la sabiduría del pasado. Que aprendamos de la vida, y los unos de los otros. Que yo aprenda de tu guía, por encima de todo, y de las vidas de aquellos que te conocen bien.
Este es el verdadero aprendizaje: conocer cómo debemos vivir nuestra vida, conocer cómo somos nosotros mismos, y escuchar tu voz en cada palabra que aprendamos.
Joe Mannath
lunes, 14 de mayo de 2012
TODO TIENE SU MOMENTO
Todo tiene su momento, cada cosa bajo el cielo:
Tiempo de nacer y tiempo de morir,
tiempo de arrancar y tiempo de plantar,
tiempo de matar y tiempo de curar,
tiempo de destruir y tiempo de construir,
tiempo de llorar y tiempo de reír,
tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar,
tiempo de tirar piedras y tiempo de recogerlas,
tiempo de abrazarse y tiempo de separarse,
tiempo de buscar y tiempo de perder,
tiempo de guardar y tiempo de arrojar,
tiempo de romper y tiempo de coser,
tiempo de callar y tiempo de hablar,
tiempo de amar y tiempo de odiar,
tiempo de guerra y tiempo de paz.
Eclesiastés 3, 1-8
domingo, 13 de mayo de 2012
sábado, 12 de mayo de 2012
viernes, 11 de mayo de 2012
jueves, 10 de mayo de 2012
miércoles, 9 de mayo de 2012
martes, 8 de mayo de 2012
lunes, 7 de mayo de 2012
domingo, 6 de mayo de 2012
viernes, 4 de mayo de 2012
jueves, 3 de mayo de 2012
miércoles, 2 de mayo de 2012
martes, 1 de mayo de 2012
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