La vida presente, dice San Antonio, se divide en siete edades, durante las cuales el Verbo encarnado se ha hecho nuestro regulador universal, mediante las siete bienaventuranzas. Estás, que no son sino actos virtuosos, el hombre debe tenerlas todas y siempre; pero acomodando una en particular a la edad en que se encuentra. En esto consiste el principio de su dicha.
Con el fin de infundir ánimo al pobre anciano en medio de tantos elementos conjurados para acabar con él, Dios añade a continuación: Bienaventurados los que por conformarse con la voluntad de Dios, son perseguidos.
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