lunes, 13 de junio de 2016
viernes, 3 de junio de 2016
martes, 31 de mayo de 2016
domingo, 29 de mayo de 2016
domingo, 22 de mayo de 2016
domingo, 8 de mayo de 2016
martes, 3 de mayo de 2016
domingo, 27 de marzo de 2016
sábado, 26 de marzo de 2016
viernes, 25 de marzo de 2016
domingo, 20 de marzo de 2016
Inicia la Primavera
La fe como don precioso es posible ¡Feliz primavera de la Iglesia!
Hoy comienza la primavera de forma oficial. Otra cosa es la primavera «oficiosa», que suele adelantarse en los distintos «veranillos» que preceden a las fechas marcadas del calendario. Todos tenemos la experiencia, sensorial y «huesal» (porque el frío se mete hasta los huesos), de los primeros signos del calor que se promete, que viene de forma sorpresiva y se va como si en un engaño otra vez tornara el invierno. En este juego del «invierno que se va-primavera que se adivina», vence siempre la primavera.
La Iglesia no es ajena a este juego de la madre naturaleza. En estos últimos tiempos estamos asistiendo a una «primavera que se promete» y a un «invierno que se resiste» a desaparecer.
¿Cuáles son los signos del «invierno reticente»? Frío que entumece, viento que azota y humedad que empapa. El frío de los pecados cometidos, porque la Iglesia toca barro, camina en parques y en lodazales, y no se libra del cieno que forma parte de esta humanidad, real y visible; este frío que nos imposibilita y nos paraliza. El viento de las ideologías agresivas y disolventes, que hacen de cualquier religión algo nocivo, caduco o necesariamente prescindible; el viento de los poderosos que no soportan las voces proféticas; el viento de los nuevos creadores de ídolos que quieren reducir la fe a una «forma domesticada» de vida espiritual. Queda la humedad invernal, que en la Iglesia se hace patente en la sensación de incomodidad, de «pasmo», de búsqueda de refugio seco y cálido que nos reconforte… ¡aunque sea fuera y lejos de la «casa madre»!
La primavera, como decíamos al principio, se hace esperar, pero siempre viene. Se nota en los días que alargan, en las flores que estallan y en la tibia temperatura que nos hace revivir. La Iglesia ve cómo la luz siempre se renueva en Pascua: ¡la luz pascual! Este año, Francisco, el «papa/Pedro-argentino-jesuita-con nombre franciscano» proclamará en la noche pascual: «¡No está aquí! ¡Ha resucitado» y los creyentes en Cristo Jesús volveremos a ver en la luz de la noche Pascual el motivo para creer que ha llegado la primavera.
El papa Francisco hasta el momento ha hecho gala de hermosos y proféticos gestos que apuntan la dirección en la que quiere que vaya su pontificado. Quizás algunos pedimos no sólo gestos, sino decisiones y giros. Decisiones que hagan patente en la actualidad, la misericordia y la hermosura del evangelio de Jesús. Giros que devuelvan el atractivo y la luminosidad de una fe que se ha ido tristemente enmoheciendo.
Sólo me atrevo a dar un apunte en este «año de la fe». En una sociedad tocada por la «racionalización», «utilidad» y «eficacia» de todo, ¿no habría que volver al camino de la sensibilidad, de la poesía, de la belleza, de la ternura, de las posibilidades del ser humano para acceder a la fe? Si sólo educamos en lo «visible», «calculable», «medible», «ponderable»; si sólo medimos el valor de todo por los «intereses» y «beneficios» que nos pueden acarrear… estamos cerrando de forma hermética el camino a la fe. A cualquier fe religiosa en Dios, y por supuesto a la fe cristiana.
La primavera de la Iglesia es posible; la fe como don precioso es posible. La esperanza en el mundo y en el ser humano es posible. ¡Feliz primavera de la Iglesia!
La Iglesia no es ajena a este juego de la madre naturaleza. En estos últimos tiempos estamos asistiendo a una «primavera que se promete» y a un «invierno que se resiste» a desaparecer.
¿Cuáles son los signos del «invierno reticente»? Frío que entumece, viento que azota y humedad que empapa. El frío de los pecados cometidos, porque la Iglesia toca barro, camina en parques y en lodazales, y no se libra del cieno que forma parte de esta humanidad, real y visible; este frío que nos imposibilita y nos paraliza. El viento de las ideologías agresivas y disolventes, que hacen de cualquier religión algo nocivo, caduco o necesariamente prescindible; el viento de los poderosos que no soportan las voces proféticas; el viento de los nuevos creadores de ídolos que quieren reducir la fe a una «forma domesticada» de vida espiritual. Queda la humedad invernal, que en la Iglesia se hace patente en la sensación de incomodidad, de «pasmo», de búsqueda de refugio seco y cálido que nos reconforte… ¡aunque sea fuera y lejos de la «casa madre»!
La primavera, como decíamos al principio, se hace esperar, pero siempre viene. Se nota en los días que alargan, en las flores que estallan y en la tibia temperatura que nos hace revivir. La Iglesia ve cómo la luz siempre se renueva en Pascua: ¡la luz pascual! Este año, Francisco, el «papa/Pedro-argentino-jesuita-con nombre franciscano» proclamará en la noche pascual: «¡No está aquí! ¡Ha resucitado» y los creyentes en Cristo Jesús volveremos a ver en la luz de la noche Pascual el motivo para creer que ha llegado la primavera.
El papa Francisco hasta el momento ha hecho gala de hermosos y proféticos gestos que apuntan la dirección en la que quiere que vaya su pontificado. Quizás algunos pedimos no sólo gestos, sino decisiones y giros. Decisiones que hagan patente en la actualidad, la misericordia y la hermosura del evangelio de Jesús. Giros que devuelvan el atractivo y la luminosidad de una fe que se ha ido tristemente enmoheciendo.
Sólo me atrevo a dar un apunte en este «año de la fe». En una sociedad tocada por la «racionalización», «utilidad» y «eficacia» de todo, ¿no habría que volver al camino de la sensibilidad, de la poesía, de la belleza, de la ternura, de las posibilidades del ser humano para acceder a la fe? Si sólo educamos en lo «visible», «calculable», «medible», «ponderable»; si sólo medimos el valor de todo por los «intereses» y «beneficios» que nos pueden acarrear… estamos cerrando de forma hermética el camino a la fe. A cualquier fe religiosa en Dios, y por supuesto a la fe cristiana.
La primavera de la Iglesia es posible; la fe como don precioso es posible. La esperanza en el mundo y en el ser humano es posible. ¡Feliz primavera de la Iglesia!
Pedro Ignacio Fraile Yécora | Fuente: viajesatierrasanta2013.blogspot.com.es
viernes, 26 de febrero de 2016
jueves, 18 de febrero de 2016
RENOVACIÓN CARISMÁTICA CATÓLICA 49 Aniversario
Renovación Carismática Católica
Su misión es hacer presente hoy en el mundo la experiencia de Pentecostés.
Renovación en el espíritu
Juan Pablo II ha dicho a nuestros hermanos de Italia: "Entre los caminos misteriosos con que la Providencia vive hoy su plan de salvación, en este final del segundo milenio, es convicción nuestra que, uno de ellos, pasa a través de la Renovación en el Espíritu. Por medio del Espíritu, el Resucitado vive y actúa entre nosotros haciéndonos presente en el mundo en cada experiencia personal".
Son Palabras del Papa que definen con acierto nuestra vocación y hasta la razón de nuestros testimonios.
Seréis mis testigos
"En medio del corazón de un mundo convertido en desierto, y sequedad, por el racionalismo y el materialismo -dice el cardenal Ratzinger- ha surgido una nueva experiencia del Espíritu Santo que tiene las proporciones de un movimiento a escala mundial".
Católicos de todo el mundo se dejan invadir por la fuerza del Espíritu dando fe de que, el Señor que ha cambiado sus vidas, es el único Señor. Son signos visibles de ese cambio: el valor, como los apóstoles, para ser fieles a la promesa de Cristo: "Seréis mis testigos"; el proclamar la buena nueva con la fuerza de Dios, que hace "maravillas"; el surgir de una comunidad nueva basada en el amor.
Descubrir a Cristo
La Renovación Carismática no es un movimiento más, es "una corriente de gracia" que renueva en la sociedad actual los dones y carismas de la primera comunidad cristiana. Personas de todas las clases sociales y todas las pobrezas descubren a Cristo no cómo un Dios lejano que se encarnó un día en la Historia, sino como alguien vivo y resucitado que es centro de su vida.
Sin fundador, sin estatutos, sin especiales compromisos, la Renovación nos ha permitido descubrir de nuevo esa profundidad del corazón donde Dios vive. Y, con ella, el asombro de las conversiones personales, el resurgir de la oración, la lectura enriquecedora de la Biblia y la liberación alegre de la alabanza.
Juan Pablo II definió así la Renovación Carismática: "es una manifestación elocuente de la vitalidad siempre joven de la Iglesia, una expresión vigorosa de lo que el Espíritu está diciendo a la Iglesia al final del segundo milenio."
La misión
La misión de la Renovación Carismática es hacer presente hoy en el mundo la experiencia de Pentecostés. Confirma así su vocación de servicio a la Iglesia, que fue enriquecida con los carismas del Espíritu desde su nacimiento en el Cenáculo.
El fundamento teológico
El fundamento teológico de la Renovación Carismática es el Misterio de la Trinidad y, especialmente, el conocimiento progresivo de la persona del Espíritu que es quien nos revela a Jesús. Por Él vamos al Padre y entramos, como grandes enchufados, en el coloquio amoroso de la vida trinitaria.
Historia de Renovación Carismática
La historia de la Renovación Carismática Católica está unida al concilio Vaticano II y al papel que en él se asigna a los laicos dentro de la Iglesia. En 1961, Juan XXIII lo convocaba orando así al Espíritu Santo: "Renovad en nuestra época, como en un nuevo Pentecostés, vuestras maravillas..."
El 18 de febrero de 1967, treinta estudiantes y profesores de la universidad de Duquesne en Pensylvania, hacían un retiro espiritual para profundizar en la fuerza del Espíritu, dentro de la Iglesia primitiva, ausente en el cristianismo que ellos veían languidecer. La llamada tuvo una respuesta sorprendente: "Lo que empezó allí, gracias a Él - explicó David Mangan- fue una capacidad nueva para estar a su escucha... "Dios tomó de su mano el formarme para lo que Él quería de mi".
La experiencia de la efusión del Espíritu se repitió en las universidades de Notre-Dame, en South Bend, Indiana, y en Michigan.
Grupos que nadie planeaba, ni convocaba, se multiplicaron como pequeñas luces en un estadio. Era la libertad del Espíritu que estallaba por todas partes: "la libertad de los hijos de Dios".
Con vitalidad sorprendente, la Renovación Carismática se ha difundido por todo el mundo y en todas las confesiones cristianas, alcanzando en la Iglesia Católica la cifre de 72 millones.
Para comprender la Renovación en el Espíritu, hay que asomarse a la experiencia de los Apóstoles en Pentecostés. El Cenáculo es el lugar donde los cristianos se dejan transformar por la oración, en torno a María, para acoger al Espíritu. Y es también el lugar de donde salen para llevar "hasta los confines de la tierra" el fuego de Pentecostés.
Renovación en el espíritu
Juan Pablo II ha dicho a nuestros hermanos de Italia: "Entre los caminos misteriosos con que la Providencia vive hoy su plan de salvación, en este final del segundo milenio, es convicción nuestra que, uno de ellos, pasa a través de la Renovación en el Espíritu. Por medio del Espíritu, el Resucitado vive y actúa entre nosotros haciéndonos presente en el mundo en cada experiencia personal".
Son Palabras del Papa que definen con acierto nuestra vocación y hasta la razón de nuestros testimonios.
Seréis mis testigos
"En medio del corazón de un mundo convertido en desierto, y sequedad, por el racionalismo y el materialismo -dice el cardenal Ratzinger- ha surgido una nueva experiencia del Espíritu Santo que tiene las proporciones de un movimiento a escala mundial".
Católicos de todo el mundo se dejan invadir por la fuerza del Espíritu dando fe de que, el Señor que ha cambiado sus vidas, es el único Señor. Son signos visibles de ese cambio: el valor, como los apóstoles, para ser fieles a la promesa de Cristo: "Seréis mis testigos"; el proclamar la buena nueva con la fuerza de Dios, que hace "maravillas"; el surgir de una comunidad nueva basada en el amor.
Descubrir a Cristo
La Renovación Carismática no es un movimiento más, es "una corriente de gracia" que renueva en la sociedad actual los dones y carismas de la primera comunidad cristiana. Personas de todas las clases sociales y todas las pobrezas descubren a Cristo no cómo un Dios lejano que se encarnó un día en la Historia, sino como alguien vivo y resucitado que es centro de su vida.
Sin fundador, sin estatutos, sin especiales compromisos, la Renovación nos ha permitido descubrir de nuevo esa profundidad del corazón donde Dios vive. Y, con ella, el asombro de las conversiones personales, el resurgir de la oración, la lectura enriquecedora de la Biblia y la liberación alegre de la alabanza.
Juan Pablo II definió así la Renovación Carismática: "es una manifestación elocuente de la vitalidad siempre joven de la Iglesia, una expresión vigorosa de lo que el Espíritu está diciendo a la Iglesia al final del segundo milenio."
La misión
La misión de la Renovación Carismática es hacer presente hoy en el mundo la experiencia de Pentecostés. Confirma así su vocación de servicio a la Iglesia, que fue enriquecida con los carismas del Espíritu desde su nacimiento en el Cenáculo.
El fundamento teológico
El fundamento teológico de la Renovación Carismática es el Misterio de la Trinidad y, especialmente, el conocimiento progresivo de la persona del Espíritu que es quien nos revela a Jesús. Por Él vamos al Padre y entramos, como grandes enchufados, en el coloquio amoroso de la vida trinitaria.
Historia de Renovación Carismática
La historia de la Renovación Carismática Católica está unida al concilio Vaticano II y al papel que en él se asigna a los laicos dentro de la Iglesia. En 1961, Juan XXIII lo convocaba orando así al Espíritu Santo: "Renovad en nuestra época, como en un nuevo Pentecostés, vuestras maravillas..."
El 18 de febrero de 1967, treinta estudiantes y profesores de la universidad de Duquesne en Pensylvania, hacían un retiro espiritual para profundizar en la fuerza del Espíritu, dentro de la Iglesia primitiva, ausente en el cristianismo que ellos veían languidecer. La llamada tuvo una respuesta sorprendente: "Lo que empezó allí, gracias a Él - explicó David Mangan- fue una capacidad nueva para estar a su escucha... "Dios tomó de su mano el formarme para lo que Él quería de mi".
La experiencia de la efusión del Espíritu se repitió en las universidades de Notre-Dame, en South Bend, Indiana, y en Michigan.
Grupos que nadie planeaba, ni convocaba, se multiplicaron como pequeñas luces en un estadio. Era la libertad del Espíritu que estallaba por todas partes: "la libertad de los hijos de Dios".
Con vitalidad sorprendente, la Renovación Carismática se ha difundido por todo el mundo y en todas las confesiones cristianas, alcanzando en la Iglesia Católica la cifre de 72 millones.
Por: Renovación Carismática Católica | Fuente: catholic.net
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